Vidas rotas
La historia de los hombres, las mujeres y los niños víctimas de ETA
Rogelio Alonso, Florencio Domínguez y Marcos García Rey
ESPASA
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Pardines, el primer guardia civil asesinado por ETA
Por Pedro Fernández Barbadillo
Fuente: Libertad Digital
13/6/2015
Hasta que en 2000, pocos meses antes de ser asesinado por un comando etarra, Ernst Lluch difundió que en 1960 ETA había asesinado en San Sebastián mediante una bomba colocada en la consigna de la estación de Amara a la niña Begoña Urroz, se consideraba como primer asesinato perpetrado por los etarras la muerte a tiros del guardia civil de Tráfico José Pardines Arcay, el 7 de junio de 1968.
Su asesino fue Javier (Txabi) Echebarrieta Ortiz, un joven universitario bilbaíno que se había convertido en uno de los dirigentes de la entonces minúscula ETA, un grupo además escindido entre obreristas (marxistas revolucionarios) y nacionalistas vascos.
Como narra el libro Vidas rotas. Historia de los hombres, mujeres y niños víctimas de ETA, escrito por Rogelio Alonso, Florencio Domínguez y Marcos García Rey, el crimen ocurrió por simple casualidad.
Echebarrieta, que escribía así su apellido, y otro etarra, Antón Sarasqueta, que estaban planeando un atentado contra Melitón Manzanas, jefe de la Brigada de Investigación Social (policía política) de San Sebastián, viajaban en un coche Seat 850 con matrícula de Zaragoza por la N-I. Ambos iban armados con pistolas y en Villabona (Guipúzcoa) toparon con unas obras en la carretera.
“Si lo descubre le mato”
Separados por dos kilómetros, los dos miembros de una patrulla de la Guardia Civil de Tráfico estaban en los extremos de la obra: José Pardines, nacido en 1943, gallego y soltero, hijo y nieto de guardias civiles, y Félix de Diego Martínez, burgalés casado y ya padre.
Pardines encontró algo sospechoso en el automóvil o en sus pasajeros, porque les pidió la documentación y fue a la parte trasera para comprobar el número del bastidor. Entonces, Echebarrieta se bajó del coche y le mató.
Después de matar a Pardines, los etarras huyeron. Un camionero avisó a De Diego de que su compañero yacía en la carretera. El guardia corrió en su busca y encontró a Pardines muerto; también dio la alarma. La Guardia Civil desplegó varios controles y patrullas por la comarca. El coche de Echebarrieta y Sarasqueta fue parado y en el registro el primero se revolvió y trató de sacar su pistola; los guardias le dispararon y le mataron.
La versión difundida por los etarras y sus compañeros de viajenacionalistas fue que el asesino se adelantó al guardia y tuvo más puntería. Después, las fuerzas represoras le asesinaron fríamente. ETA ya tenía un mártir y el régimen franquista, que como la mayoría de los Gobiernos europeos de la época no sabía cómo enfrentarse al terrorismo, cayó en la estrategia de los terroristas de acción-reacción que alimentaba el victimismo abertzale: proclamación del estado de excepción y paso de estos delitos a la jurisdicción militar.
Sarasqueta fue primero condenado a muerte y luego indultado y rebajada su pena a cadena perpetua. En 1977 se benefició de la amnistía aprobada por las Cortes.
Al mes siguiente, el 2 de agosto, ETA perpetró el asesinato de Manzanas.
Como el nazi que dispara al judío
La periodista Lourdes Garzón entrevistó en 1998 a Antón Sarasqueta, compañero de Echebarrieta, que despojó al asesino de la farfolla con que en los 30 años anteriores lo cubrieron todos los nacionalistas vascos.
Supongo que se dio cuenta de que la matrícula era falsa. Por lo menos, sospechó. Nos pidió la documentación y dio la vuelta al coche para comprobar si coincidía con los números del motor. Txabime dijo: “Si lo descubre, le mato”. “No hace falta, contesté yo, lo desarmamos y nos vamos”. “No, si lo descubre le mato”. Salimos del coche. El guardia civil nos daba la espalda, de cuclillas mirando el motor en la parte de detrás. Sin volverse empezó a hablar. “Esto no coincide…”. Txabi sacó la pistola y le disparó en ese momento. Cayó boca arriba. Txabi volvió a dispararle tres o cuatro tiros más en el pecho. Había tomado centraminas y quizá eso influyó. En cualquier caso fue un día aciago. Un error. Como otros muchos en estos 20 años. Era un guardia civil anónimo, un pobre chaval. No había ninguna necesidad de que aquel hombre muriera.
Ante el nuevo relato del único testigo directo, Jon Juaristi escribió (Sacra Némesis):
No fue un enfrentamiento, no fue la heroica lucha de un guerrillero contra un enemigo prevenido, sino un asesinato, como el del nazi que dispara sobre la nuca del judío arrodillado junto a una zanja en los bosques de Lituania, o sobre las del rehén en las Fosas Ardeatinas.
Sin embargo, la mentira permanece porque es necesaria para el mito. El diario Gara publicó el 7 de junio de 2008 un relato del asesinato en el que aparecen estas frases, como si relatasen un duelo del Far-West en igualdad de condiciones:
Pardines intenta sacar su arma, pero Etxebarrieta dispara primero. El guardia civil cae muerto.
En El Mundo también se publicó una entrevista al único hermano superviviente de Pardines, Manuel, que fue alcalde de Malpica, donde Antonio, que era el mayor de los tres, tiene desde 1969 una calle que le recuerda.
A los 18 años, cuando además has perdido a tu madre, un hermano mayor lo es todo. Venía a vernos cuando tenía permiso, me llevaba a dar una vuelta, y me daba dinero, porque él era entonces el único que lo ganaba. Si hasta pensé en hacerme yo también guardia civil. Me lo quitaron de la cabeza entre todos, porque como él trabajaba, los pequeños podíamos estudiar. Después de su muerte, recuerdo unos meses de odio terrible. Luego recapacitas y te das cuenta de que el odio no es la solución. Te queda el dolor, claro. En esa época toda era distinto. Pasamos tres o cuatro años de luto, sin salir casi a la calle.
Llamo la atención sobre la renuncia al odio que hace Manuel Pardines, frente a tanto opinador de izquierdas que sostiene que los deseos de las víctimas de ETA de que los terroristas cumplan sus penas es venganza.
Un fraile mató al compañero de Pardines
Félix de Diego también fue asesinado por ETA. El 4 de julio de 1974 cayó por un desnivel de sesenta metros de profundidad en el Alto de Echegárate y se le dio de baja del servicio. Entonces pasó a trabajar en el bar Herrería, propiedad de la familia de su mujer en Irún. Además, sufría un cáncer de riñón.
El 31 de enero de 1979 dos etarras, Fernando Arburúa y Manuel María Ostolaza, entraron en el bar y les dispararon en presencia de su mujer. De Diego recibió tres disparos de bala y falleció. Tenía 47 años de edad y dejó cinco hijos de entre cinco y once años. Sus asesinos fueron detenidos y condenados.
Arburua, que era fraile capuchino cuando se unió a ETA, cumplió 23 años de cárcel y salió libre en 2004. La Policía le detuvo en su convento en San Sebastián. Ostolaza cumplió 18 años de cárcel y recobró la libertad en 1999.
El filósofo Aurelio Arteta declaró en una entrevista (ABC, 3-3-2007), cuya cita se recoge también en Vidas rotas:
Lo que más temo del fin de ETA, cuando venga, es que triunfe la simplona y cómoda creencia de que sin atentados ya todo es admisible. Es decir, que lo único malo de este horror han sido los medios terroristas, pero no los fines nacionalistas.
En eso está el nacionalismo, con sus equidistancias, su violencia y sus perdones.