sábado, 29 de noviembre de 2014

Una historia de España (XXXVI)

Por Arturo Pérez-Reverte Gutiérrez (Cartagena, 1951)

Estábamos allí, en pleno siglo XVIII, con Fernando VI y de camino a Carlos III, en un contexto europeo de ilustración y modernidad, mientras España sacaba poco a poco la cabeza del agujero, se creaban sociedades económicas de amigos del país y la ciencia, la cultura y el progreso se ponían de moda. Esto del progreso, sin embargo, tropezaba con los sectores ultraconservadores de la iglesia católica, que no estaba dispuesta a soltar el mango de la sartén con la que nos había rehogado en agua bendita durante siglos. Así que, desde púlpitos y confesonarios, los sectores radicales de la institución procuraban desacreditar la impía modernidad reservándole todas las penas del infierno. Por suerte, entre la propia clase eclesiástica había gente docta y leída, con ideas avanzadas, novatores que compensaban el asunto. Y esto cambiaba poco a poco. El problema era que la ciencia, el nuevo Dios del siglo, le desmontaba a la religión no pocos palos del sombrajo, y teólogos e inquisidores, reacios a perder su influencia, seguían defendiéndose como gatos panza arriba. Así, mientras en otros países como Inglaterra y Francia los hombres de ciencia gozaban de atención y respeto, aquí no se atrevían a levantar la voz ni meterse en honduras, pues la Inquisición podía caerles encima si pretendían basarse en la experiencia científica antes que en los dogmas de fe. Esto acabó imponiendo a los doctos un silencio prudente, en plan mejor no complicarse la vida, colega, dándose incluso la aberración de que, por ejemplo, Jorge Juan y Ulloa, los dos marinos científicos más brillantes de su tiempo, a la vuelta de medir el grado del meridiano en América tuvieron que autocensurarse en algunas conclusiones para no contradecir a los teólogos. Y así llegó a darse la circunstancia siniestra de que en algunos libros de ciencia figurase la pintoresca advertencia: «Pese a que esto parece demostrado, no debe creerse por oponerse a la doctrina católica». Ésa, entre otras, fue la razón por la que, mientras otros países tuvieron a Locke, Newton, Leibnitz, Voltaire, Rousseau o d´Alembert, y en Francia tuvieron la Encyclopédie, aquí lo más que tuvimos fue el Diccionario crítico universal del padre Feijoo, y gracias, o poco más, porque todo cristo andaba acojonado por si lo señalaban con el dedo los pensadores, teólogos y moralistas aferrados al rancio aristotelismo y escolasticismo que dominaba las universidades y los púlpitos -aterra considerar la de talento, ilusiones y futuro sofocados en esa trampa infame, de la que no había forma de salir-. Y de ese modo, como escribiría Jovellanos, mientras en el extranjero progresaban la física, la anatomía, la botánica, la geografía y la historia natural, «nosotros nos quebramos la cabeza y hundimos con gritos las aulas sobre si el Ente es unívoco o análogo». Este marear la perdiz nos apartó del progreso práctico y dificultó mucho los pasos que, pese a todo, hombres doctos y a menudo valientes -es justo reconocer que algunos fueron dignos eclesiásticos- dieron en la correcta dirección pese a las trabas y peligros; como cuando el Gobierno decidió implantar la física newtoniana en las universidades y la mayor parte de los rectores y catedráticos se opusieron a esa iniciativa, o cuando el Consejo de Castilla encargó al capuchino Villalpando que incorporase las novedades científicas a la Universidad, y los nuevos textos fueron rechazados por los docentes. Así, ese camino inevitable hacia el progreso y la modernidad lo fue recorriendo España más despacio que otros, renqueante, maltratada y a menudo de mala gana. Casi todos los textos capitales de ese tiempo figuraban en el Índice de libros prohibidos, y sólo había dos caminos para los que pretendían sacarnos del pozo y mirar de frente el futuro. Uno era participar en la red de correspondencia y libros que circulaban entre las élites cultas europeas, y cuando era posible traer a España a obreros especializados, inventores, ingenieros, profesores y sabios de reconocido prestigio. La otra era irse a estudiar o de viaje al extranjero, recorrer las principales capitales de Europa donde cuajaban las ciencias y el progreso, y regresar con ideas frescas y ganas de aplicarlas. Pero eso se hallaba al alcance de pocos. La gran masa de españoles, el pueblo llano, seguía siendo inculta, apática, cerril, ajena a las dos élites, o ideologías, que en ese siglo XVIII empezaban a perfilarse, y que pronto marcarían para siempre el futuro de nuestra desgarrada historia: la España conservadora, castiza, apegada de modo radical a la tradición del trono, el altar y las esencias patrias, y la otra: la ilustrada que pretendía abrir las puertas a la razón, la cultura y el progreso. [Continuará].

Fernando VI

Carlos III


"España cañí"

Por Gregorio Morán 
Fuente: La Vanguardia 
29/11/2014

SABATINAS INTEMPESTIVAS
Las exhibiciones mortuorias de vasallaje dedicadas a Cayetana me recordaron la letra del famoso pasodoble
De seguir así y ateniéndonos a los sondeos que certifican que cada día hay en España menos lectores de periódicos y que dicha apreciación coincide con el desdén de la mayoría aplastante de los ciudadanos hacia la política, llegaríamos a la siguiente conclusión: a poco que nos descuidemos estaremos escribiendo para ese puñado que nos aplaude o nos detesta. Tratemos de hacer una pausa sobre obvio. Seguro que lo agradecerán nuestros lectores.
Fallecida Cayetana de Alba no queda ya nada más castizo que el pasodoble, y el pasodoble está moribundo. A quienes escribieron sobre la historia sentimental de la España de posguerra se les olvidó el pasodoble. Vienen de lejos; se usaron tanto en la España republicana como en la franquista, e incluso durante la Guerra Civil hubo corridas de toros por ambas partes; unos toreros levantaban el brazo y otros el puñito, y lo pagarían con mucho aceite de ricino y algún exilio, o cosas peores. A García Lorca lo fusilaron con un banderillero.
Siento hacia los pasodobles una relación sadomasoquista. Los detesto pero al tiempo reconozco que tienen algo racial. Se bailan, o se bailaban, agarrao y a paso de marcha de infantería. Pocas cosas había tan populares como la infantería, la tropa, cuando las revoluciones también las hacían los soldados. Ortega y Gasset, un aristócrata frustrado, cuando quería poner un ejemplo de simpleza irracional solía usar la coletilla “esto no es como en infantería, esto exige una explicación”. Sin embargo el pasodoble ha sido sin duda alguna el baile más popular de España; todos los grandes autores de sardanas compusieron pasodobles. Bastaría citar al legendario “Pep” Ventura, catalán de Alcalá la Real, allá por Jaén, o Josep Maria Tarridas, del Maresme, popularísimo compositor de Islas Canarias en 1935.
No es extraño que película de sensibilidad tan exquisita como El Sur, de Víctor Erice, tenga una de sus escenas más conmovedoras en el baile de un pasodoble de 1930, nada menos que En er mundo, dedicado a la Feria de Abril sevillana por el gaditano Quintero Muñoz. No se nos da bien redactar necrológicas y por eso la ocasión pintiparada de relatar una biografía con final tan rotundo como la muerte, se convierte siempre en un ejercicio de embelecos. Una competición de loas al finado. Es el caso de esa mujer de tronío, Cayetana, luego catorce o diecisiete nombres de pila, un apellido exótico Fitz-James Stuart, el de su padre, Jacobo, duque de Alba, diplomático al estilo antiguo, cortesano. Una fortuna basada en bienes inmuebles palaciegos, la tenencia de tierras no muy productivas y los tesoros artísticos. Aunque se tratara de un Grande de España exigía muchos gastos, no precisamente tributarios sino del mantenimiento de la Casa Ducal de Alba.
Lo tuvo muy claro con su hija única, huérfana de madre desde los 7 años. La casó a los 21 con hombre rico y aristócrata -por ese orden-, Luis Martínez de Irujo. La boda, en la catedral de Sevilla, fue el segundo gran espectáculo sevillano de Cayetana. El primero, su puesta de largo, con dos mil invitados. La España de los 40 se quedó de un pasmo ante aquellas exhibiciones de boato. Estábamos todavía en el menesteroso Imperio del racionamiento y el estraperlo. Si se casó en octubre, al año justo, el primer hijo, y luego otros cinco, todos varones menos la última.
Desde que en 1953 falleciera su padre, Jacobo, XVII duque de Alba, en Lausana, se convirtió en la duquesa. Con la muerte de su marido, unos años más tarde, en una clínica de EE.UU., pasó a disponer de unos 40 títulos aristocráticos, y lo que es más importante, de una fortuna incalculable, incluso para el fisco, porque es sabido que no tributaba ni el 99% de su patrimonio. En fincas, 34.000 hectáreas que la convirtieron en la mayor beneficiaria española de las ayudas a la agricultura de la Comunidad Europea. Algunos cortesanos graciosos solían decir que desde Cádiz a Biarritz se podía cruzar España sin salir de las propiedades de Cayetana, incluso haciendo excursiones a las islas.
Hizo siempre lo que su real gana dispuso. Primero fue el baile flamenco con maestro tan afamado como Antonio, el bailarín por excelencia de los años del cólera y cuya lengua tenía tanta percusión como sus tacones. Aunque su inclinación por los faralaes la mantuvo toda la vida -para quien no sepa lo que son tales aditamentos del traje de baile femenino les recuerdo que Ortega y Gasset dedicó varias páginas a exaltar los faralaes como parte del espíritu de Andalucía y de España entera, y olé-. Luego hizo sus pinitos en la pintura con maestro joven y garboso, hoy harto olvidado, Fernando Calderón.
Sería casualmente la música clásica, que como casi todo en la vida le importaba un ardite -que diría un Alba antiguo-, la que habría de cambiar su trayectoria. De reina del folklore y los abalorios del papel couché, que dejó para sus hijos, pasó a tratar con el mandarinato de la cultura y la inteligencia durante los años de la transición. Casó para sorpresa de propios y extraños con Jesús Aguirre, a la sazón director general de Música y Danza, que por eso de las inclinaciones españolas hacia el respeto rancio se le considera un ex jesuita. Nunca fue jesuita Aguirre, ejerció de cura a secas; lo mismo que el metafísico Xavier Zubiri, otro al que se le coloca en la misma pertenencia. Aquí reverendísimos padres de la Compañía de Jesús lo fueron el político Xavier Arzalluz, el filósofo Javier Sádaba y el historiador Santos Juliá, entre otros.
No quiere decir esto que Cayetana de Alba no conociera de antes a la crema de la intelectualidad, como precisaba el chotis, sino que fuera de alguna excepción, como su psiquiatra, Castilla del Pino, casi todos estaban ligados a mundos antiguos. Hay que decir en su honor que tratándose de persona que probablemente no había leído nunca más que en el colegio y en inglés, tenía un ojo especial para la pintura, del que no gozaba, a su pesar, el que sería su segundo marido, Jesús Aguirre, buen lector e insensible, a su pesar, para la música -fue director general del gremio- y la pintura -coleccionaba telas de Bardasano-.
Se repite a menudo la cándida boutade de Hemingway, un gringo derrochón, cuando respondió al siempre acomplejado Scott Fitzgerald que los ricos eran como nosotros pero con dinero. Se equivocaba, los ricos son diferentes, en primer lugar porque tienen mucho dinero. Y esa es la diferencia entre Cayetana, Jesús Aguirre o cualquier pringao que se acercara a ella. Lo cual no quiere decir que los ricos muy ricos no se puedan enamorar de un pobre muy pobre, pero nunca será ya lo mismo. Él siempre aparecerá como un trepador que supo embaucar a dama de fortuna, y ella no perderá nada sino al contrario, entenderá cómo poco a poco el humilde fámulo se va haciendo más conservador hasta convertirse en más duque de Alba que su difunto padre, hombre fundamental para entender lo que fue el franquismo y al que sirvió durante la guerra y la posguerra.
Castizo viene de casta y el rey de los pasodobles castizos es sin duda alguna España cañí, una pieza compuesta el año de la dictadura de Primo de Rivera (1923), por un aragonés de Calatayud, bilbilitano se decía, Pascual Marquina, que habría de estudiar en el Conservatorio de Barcelona. Confieso que escuchar España cañí me pone de los nervios, pero me pasa lo mismo cuando muere persona tan principal y tan necesaria de abordar con cierta ironía, sarcasmo y hasta si nos dejan, crítica biliosa, como es el caso de Cayetana de Alba, y que nos hayamos de contentar con esa estrofa inefable del pasodoble de marras.
Porque España cañí tiene varias letras. Prefiero la horrenda del original que le pusieron en 1931, con la República, que no los pastiches posteriores: “Esta España de mujeres bellas, con fuego en los ojos, que encienden pasiones”. Las exhibiciones mortuorias de vasallaje que se le dedicaron a la gozosa Cayetana me la recordaron. Otra educación sentimental oculta y vergonzante.

jueves, 27 de noviembre de 2014

Las autonosuyas

Película dirigida por Rafael Gil Álvarez (1913-1986),  basada en la novela del mismo título de Fernando Vizcaíno Casas (1926-2003)



Dos escenas de la película:




miércoles, 26 de noviembre de 2014

Entrevista a Félix de Azúa

Fuente: El diario.es 
24/11/2014
Barcelonés de 1944, Félix de Azúa es para muchos un pensador especialmente atento a las cuestiones estéticas y culturales. Para otros, el novelista de Historia de un idiota contada por él mismo o Diario de un hombre humillado, entre otros títulos. Hay quien lo recuerda como el bartleby de aquellos Nueve novísimos de José María Castellet, o como traductor de autores como Beckett o Eliot. Incluso como uno de los quince firmantes de los dos manifiestos de la plataforma política Ciutadans de Catalunya. Aprovechando una visita del autor a Andalucía para recoger el premio de Ensayo Caballero Bonald por su libro Autobiografía de papel, conversamos con él sobre cuestiones candentes como el nacionalismo, el avance del fundamentalismo islámico y el vacío de la filosofía actual.
Me gustaría empezar comentando cierta idea que apareció en un libro suyo hace tiempo: el arte como “sustituto laico de la religión”. ¿Lo sigue creyendo así?
Todas las artes clásicas, la arquitectura, la escultura, la pintura, la música y la literatura, sustituyen naturalmente a la religión. Es una inquietud que ya está en Sófocles, en ese coro de Antígona que dice que “nada hay más inquieto que el ser humano”. Para explicarnos esta extraña situación en el cosmos, donde estamos todos metidos en una mota de polvo y rodeados de trillones de vacío y pedruscos, tenemos tres herramientas: una, la que goza de mayor predilección en este momento, es la ciencia; otra, muy importante, es la religión. Y la tercera es el arte, que nos permite representarnos a nosotros mismos en el universo. En un momento en que la religión ha desaparecido y la ciencia se ha estancado, porque está parada desde 1940, el arte ha cogido el relevo. Las iglesias actuales son los museos, y ya nadie sabe muy bien cuáles son los límites de la cultura, pues se ha ampliado a la peluquería y hasta las carreras de motos.
Creo recordar que al formular aquella idea añadió un sustituto más: la nación.
Pertenece al mismo registro. Piensa que cuando los de Cataluña dicen que tienen derecho a ser independientes, lo hacen en un sentido cultural. Afirman que tienen una cultura propia, una lengua. En la religión nacionalista, el dios es la Nación, ésta tiene un componente divino. Tengo amigos separatistas que dicen sin ningún sonrojo que ellos se morirán, pero Cataluña seguirá viviendo. El problema es que España, por desgracia, ha sido profundamente religiosa. No hemos tenido nada, ni Estado, ni democracia, ni siquiera monarquía, por eso ha sido la única fuerza vertebradora ha sido la religión, es lo único que ha funcionado. Y prescindir de eso produce pánico, sobre todo en las masas más débiles y frágiles. El abismo es terrible.
¿Esto tiene algo que ver con todo lo que ha pasado en el Mediterráneo Sur después de la Primavera? ¿Las religiones acaban usurpando el papel de todas las demás instituciones?
Creo que sí. La gran diferencia de los países católicos y los protestantes es que en éstos los niños han sido educados durante dos siglos en la responsabilidad individual. Entre los católicos eso no existe, todo es gregario y colectivo. Las ciudades del Mediterráneo, tan degradadas en un mar que se ha convertido en una cloaca, subliman la situación con una vanidad de narcisismo herido. Serrat canta que es del Mediterráneo, como si fuera una virtud, un orgullo. En Barcelona hay continuamente congresos, exposiciones, todo pensando que hay algo interesante en el Mediterráneo actual, cuando solo hay paro, suciedad, ruido y miseria.
«Los catalanes, quizá la zona más reaccionaria de España, viven en la mentira de que alguna vez fueron algo»
Uno de los libros del año pasado que recomendó usted fue El gran mar, de David Abulafia, que demuestra que no siempre fue así. El pasado glorioso, ¿puede ser un lastre para avanzar?
Claro, fíjate, todos aquellos lugares obsesionados con la identidad, la nación, son de extrema derecha, viven en el pasado. Los catalanes, quizá la zona más reaccionaria de España, viven en la mentira de que alguna vez fueron algo. Y eso mismo le sucede a Argel, a Marsella, a Nápoles, sitios espantosamente degradados, llenos de criminales, que siguen creyendo que son lo que fueron en el pasado. Y en Atenas uno solo puede vivir si es taxista.
Usted ha sido muy crítico con el mundo árabo-musulmán en general. ¿Cree que se trata de una cultura congénitamente degradada, el problema es que nunca se culminó allí la Ilustración…? ¿Cuál es su opinión?
Es muy simple, son países que viven como vivíamos nosotros en el siglo IX, en el X, algunos llegan hasta el XII, pero no mucho más allá, porque nosotros construíamos catedrales. Me parece muy bien que se queden ahí, me parece muy bien que sus mujeres valgan menos que los camellos y las cabras. Pero no puedo soportar que los respetemos. Dejamos que se hundan en su miseria, pero otro respeto no nos pueden pedir. En general, no hay mucha diferencia con lo que decía antes sobre el nacionalismo catalán. No quieren respeto, quieren humillarnos a los demás, y que digamos que son igual que nosotros o superiores. Y dado que no pueden convencernos con argumentos y su situación material es lamentable, recurren al terrorismo. La única posibilidad que tienen es aterrorizarnos y que le enviemos 300.000 dólares para que no le corten la cabeza a un niño de tres años…
¿No cree que están acaparando demasiada atención los terroristas, y nos olvidamos que en esos países también hay poetas, y músicos, y gente que lucha por hacer sus propias Luces?
Claro, sería muy interesante que esta gente se manifestara. Pero no he visto una sola manifestación de intelectuales y de estudiantes en estos países protestando contra el terrorismo, el islam radical, la yihad, la situación de las mujeres metidas en casas como cerdos.
Las hay, pero no “venden” tanto como las cabezas cortadas. Y a menudo se ven amenazados por la misma represión que teníamos en España bajo la dictadura.
Justamente, que peleen. Pero si no llega ni rastro de eso a Occidente, es que está mal montado
«Los griegos creéis descender de Aquiles, pero descendéis de los turcos, así que limitad vuestra vanidad»
O lo otro está demasiado bien montado…
Lo otro está maravillosamente bien montado, entre otras cosas porque cuentan con todo el dinero de Arabia Saudí y de los Emiratos Árabes. Pero los estudiantes deberían darse cuenta de eso, y empezar a utilizar la cabeza.
Se habla de las religiones del Libro. La gran literatura empieza en el culto, pero, ¿es posible llegar a deslindar la cultura de éste?
Personalmente, yo defiendo el ni Dios ni Patria ni Amo. En cambio, tengo un respeto tremendo por lo que llegaron a hacer estos países hasta la Edad Media. Me interesa mucho todo el mundo bíblico, todo lo que ha quedado del mundo mesopotámico y de Oriente Medio, el mundo árabe lo conozco peor, pero claro, hablamos de algo que sucedió hace muchos siglos. A veces, hablando con amigos griegos que se sienten también heridos y maltratados y recuerdan que allí estuvo la Academia de Platón, les digo: estáis equivocados, el pasado que os atribuís es el de los griegos, pero el vuestro es el de los turcos. Creéis descender de Aquiles, pero descendéis de los turcos, así que limitad vuestra vanidad, y tratad de trabajar un poquito.
Cuando la pelea se plantea entre esa Alemania que aprieta las tuercas a los países del Sur, y el mundo griego, o griego-otomano, si se quiere, ¿se posiciona?
No es cuestión de simpatía, me cae fatal cualquier burocracia y cualquier estado, y no te digo el estado alemán. Pero la opción es muy simple: o hacemos lo que nos manda la gente que trabaja, o nos hundimos. Hundirse es una posibilidad, no me da ningún miedo. Volver a la miseria franquista no me asusta, pero hay que saber a qué volvemos. Cuando los de Podemos, que hubieran podido hacer algo interesante, te ofrecen como soluciones el chavismo y el impago de la deuda, ya lo entiendo: quieren volver a la autarquía franquista, y están buscando un caudillo. Los españoles de siempre, los eternos. La pobreza me parece estupenda, la miseria no me interesa nada.
¿Qué va a poder aportar la filosofía a todo este debate?
Yo lamento hablar siempre como Casandra, pero la filosofía se ha acabado. Si te pregunto que me hables de un filósofo actual, me vas a hablar de Sloterdijk o…
O de Slavoj Zizek
Claro, y esos son fenómenos televisivos, es periodismo, que es lo que digo en este libro que me han premiado. Como la poesía que habla de la actualidad, o las novelas que tratan de temas actuales: periodismo. Hay quien se enfurece cuando digo esto, pero que me traigan un ejemplo de lo contrario.
Agamben pertenece a mi generación, ahí todavía quedaban filósofos, los hubo. Algunos eran mayores que nosotros, nuestros maestros… Hasta Foucault, Derrida, hubo filosofía. Ya después no hay. Y luego están los otros, los del Partido Comunista, Badiou y tal, pero ya sabemos que es lo que vende el PC. No ha habido ninguna aportación filosófica, solo hay aportaciones ideológícas. Es como pretender que Althusser era un filósofo. No, era un ideólogo.
Desde que murió Agustín García Calvo, en España, nada. ¿Y quién lo leerá hoy?
Así es. Por desgracia, nadie.
Félix de Azúa (Barcelona, 1944)

El cura y los mandarines, de Gregorio Morán

Tras la censura de Editorial Crítica (Grupo Planeta),
 al libro de Gregorio Morán:

 El cura y los mandarines.
 Historia no oficial del Bosque de los Letrados.
 Cultura y política en España 1962-1996.

este será publicado proximamente por la Editorial Akal.



El agujero negro de la Universidad española

Por Víctor Alonso Rocafort
Fuente: www.Eldiario.es
22/11/2014
A raíz de la polémica generada por el contrato de Íñigo Errejón en la Universidad de Málaga ha saltado a primer plano del debate público el mal funcionamiento universitario en torno a dos grandes asuntos, amiguismo y precariedad. Es una buena ocasión para entrar en un tema fundamental y poco abordado. Alguien tan solvente como Gregorio Morán, en una charla reciente con Juan Carlos Monedero, dijo de manera tajante: “La universidad está absolutamente podrida” (min. 1:08:00). ¿Qué significa esto y qué consecuencias tendría de ser así?
Comenzaré por el principio. El ingreso en la carrera académica se hace a partir de una tesis doctoral. El director de tesis no tiene ninguna obligación de realizar un seguimiento adecuado, pero aparece lo que ya Pierre Bourdieu calificó como “intercambio de favores“. El doctorando se sabe dependiente del director en casi todo. Y este comienza a alimentar “el tiempo de espera“: tu plaza llegará. Esto provoca que la figura del estudiante de tesis pueda convertirse en la de secretario/a, con una “disposición dócil y sumisa” hacia un maestro al que se debe “reverencia”, además de gratitud prácticamente de por vida si finalmente se consigue un puesto.
En las tesis doctorales en España, hasta hace nada, era prácticamente imposible bajar del sobresaliente cum laude. La razón es muy sencilla: a los miembros del tribunal los escoge el director, que también se juega parte de su prestigio en la presentación. A día de hoy sin embargo se están introduciendo algunas reformas, como el voto secreto del tribunal, que hace que la unanimidad respecto a la máxima calificación se rompa. Si esto sucede, ya en algunas universidades se opta por no ofrecer más que un sobresaliente. Bajar de ahí es anatema.
Según avanza la carrera académica cada vez se hace más evidente que se está en una competición donde todo empuja a convertirte en empresario de ti mismo. De este modo es fácil disolver las solidaridades colectivas. Uno de los primeros pasos como doctor es presentarte a los procesos de acreditación nacional en la célebre ANECA, y aquí el diseño de tu currículum es crucial.
De lograr pasar la evaluación, podrás empezar a optar a plazas universitarias algo más estables. Pero estas evaluaciones de la ANECA son bastante opacas, sin entrevistas ni exposiciones públicas, donde no se leen las publicaciones, se pesan, ni apenas se valoran las evaluaciones docentes. Con ello, como indican Patricia Amigot y Laureano Martínez, se promueven además determinadas conductas de investigación y una gestión del tiempo que no resultan inocentes.
Una vez acreditado, si te vas a presentar a una plaza surge el gran problema de la endogamia universitaria. Más fuerte cuantos menos recursos haya y cuanto mejor sea la plaza. ¿Por qué se da? Sencillamente porque los departamentos tienen un amplio margen a la hora de organizar las comisiones que juzgarán los llamados concursos públicos. Y digo llamados porque pocas veces se concursa de verdad, y porque si hablamos de plazas fijas no suelen gozar de buena publicidad, ni en la convocatoria ni en la justificación de resultados. Para ayudar al favorito/a, generalmente de la casa, se cuenta con el instrumento del perfil de la plaza. Este resulta justificable para delimitar campos amplios y aceptados de cada disciplina, pero se puede ajustar de tal modo que deseche de entrada a potenciales rivales y ayude a justificar puntuaciones absurdas.
No podemos decir que haya nada ilegal en la mayoría de las plazas que sabemos que se han otorgado a dedo en la Universidad. Aunque se sepa que la misma convocatoria de la plaza surge de una reunión a puerta cerrada entre un catedrático, o director de departamento poderoso, que quiere colocar a alguien y el vicerrector correspondiente. Un enjambre de normas, puntuaciones detalladas y posibilidades de recurso disfrazan los procesos. En la práctica ganar un recurso, para quien se atreve a solicitarlo, es tarea casi imposible.
El origen del problema universitario está de este modo en la contratación. De aquí surgen querellas de años entre catedráticos, que a veces llegan a las manos —siempre hay casos legendarios— y que hacen extensibles a sus respectivos grupos. Porque aclaremos, tal y como escribe Víctor Pérez Díaz, que en nuestro país no se fomentan los grupos de investigación abiertos y plurales —lo que no impide que contra viento y marea los haya—.
Esto hace que predomine lo que Fernández Buey describió de manera excelente como mandarinatos. Es decir, grupos cerrados, jerárquicos, con un catedrático con poder universitario en la cúspide. Los miembros de estos grupos antiguamente eran hasta numerados de cara a acceder a los puestos que el grupo podría lograr, y de esa manera se evitaban peleas internas. Hoy que yo sepa no se numera, pero de una u otra manera se deja claro el orden. Y ay de quien se lo quiera saltar. Ni que decir tiene que estar sin padrino o sin grupo de este tipo en la Universidad española es temerario, pero a la vez ofrece una libertad única.
En este paisaje la rivalidad entre los propios grupos suele ser enconada en busca de pequeñas cuotas de poder, sobrepasando las cuestiones teóricas e ideológicas las más de las veces, como también apuntaba en su momento Rafael Escudero. La sombra del franquismo en este caso es alargada. También las de Schumpeter y Schmitt.
Es así en este ambiente bélico donde prenden las relaciones de desconfianza, las competencias a menudo dañinas y las relaciones narcisistas basadas en la adoración al líder, el sometimiento de los seguidores y la continua exposición vacía a lo público.
No es por tanto sorprendente que se den niveles generalizados del síndrome del burnout, o desgaste psíquico laboral, entre el profesorado joven con contratos temporales. Como recopilan Ana Caro e Isabel Bonachera, se han detectado además alarmantes porcentajes de mobbing en el profesorado universitario español. Hablamos de hasta el 50% en algunas universidades. Estudios como los de José Buendía explicaban ambos fenómenos en 2003 a partir de los siguientes factores: “docencia con grupos masificados, burocracia asfixiante, actividad investigadora interminable (…) un procedimiento de promoción injusto, salarios inadecuados, (…) un sistema de apadrinamiento que genera relaciones de vasallaje, (…) espacios de impunidad (…) y miedo al poder”.
En un reciente libro sobre el caso estadounidense, escrito por Benjamin Ginsberg, podemos extrapolar para el caso español su preocupación por la progresiva pérdida de independencia en el personal docente e investigador. El incremento de los contratos temporales —el 42% de profesores de la Complutense, por ejemplo— y el empeoramiento de las condiciones laborales atentan directamente contra la libertad académica. Dentro y fuera de la institución.
En nuestro país, además, sin mecanismos adecuados de cumplimiento e incentivos, el personal contratado no funcionario suele ser el que soporta mayores cargas de trabajo. Es decir, los profesores e investigadores precarios —pienso en figuras como las de asociado o interino— si incumplen sus contratos es para trabajar de más. Y sí, en Ciencias Sociales es habitual que te permitan investigar a distancia y sin fichar. Cosa distinta es que los proyectos de investigación suelen gozar de laxos controles sobre su financiación y justificación.
Por contra, aunque hay excelentes profesores funcionarios que han renunciado a partes importantes de su vida personal empujados por su vocación y por los requisitos de una carrera exigente, también los hay que incumplen sistemáticamente sus obligaciones más básicas sin ninguna consecuencia.
La universidad tiene muchos más problemas. Me he querido centrar aquí en los que afectan al profesorado porque creo que es de donde proviene el gran agujero ético que repercute también sobre otros ámbitos.
¿Cuántos políticos y columnistas de opinión procedemos de la Universidad? El porcentaje ha de ser muy alto. Si estamos hablando de que gran parte de los concursos públicos no lo son realmente, tenemos un problema, y gordo. A menudo se ha naturalizado tanto la situación que apenas se da un aprendizaje ético en la institución. Pocos son los que tienen otra mirada, unas gafas semejantes a las violetas del feminismo, que les permitan ver injusticias allá donde la rutina y el poder las normaliza.
Este es el gran agujero, lo que alguna vez he denominado la trampa ética a la que nos enfrentamos toda una nueva generación de universitarios. No propongo un gran proceso inquisitorial, más que nada porque me temo que nos quedamos sin Universidad. Además, y como indicaba más arriba, es muy difícil denunciar que se incumplen unas normas hechas con la suficiente ambigüedad como para permitir la endogamia. Pero sí se puede reclamar más humildad y coraje en el abordaje del asunto. Ni los universitarios de Podemos, y aquí lo siento, pueden dar lecciones desde una perfección moral cuasidivina, ni mucho menos sus críticos en el PP o el PSOE pueden decir una sola palabra sobre casos como el de Errejón. A no ser que empleen ese mismo listón, el cual me parece bien, con sus profesores.
El principio de la solución a mi entender está en empezar a hacer un diagnóstico adecuado, aunque resulte crudo. Y así entrar al debate sobre la serie de reformas radicales que puedan desterrar el clientelismo y la perversión de lo público en la institución. No solo saldrán cuadros universitarios a la política y a la sociedad civil con mayor bagaje ético, sin vergüenzas de las que seguramente habían dejado de ser conscientes, sino que también los lectores, votantes y estudiantes se llevarán a su casa palabras algo más veraces.


martes, 25 de noviembre de 2014

Las miserias de la Universidad española contadas desde dentro

Por Carlos Sánchez
Fuente: El Confidencial
26/6/2014

La conversación no tiene desperdicio. Y se produjo entre la actual consejera de Educación de la Comunidad de Madrid, Lucía Figar, y su directora general de Universidades e Investigación, Clara Eugenia Núñez, quien años después ha reproducido en un libro lo que allí se dijo. Núñez había sido contratada directamente por Esperanza Aguirre con un encargo: “Regenerar las instituciones”.
La consejera y su subordinada hablaban de los IMDEA, un ambicioso programa científico que todavía hoy pretende atraer talento a la Comunidad de Madrid, carente de una masa crítica de investigadores. Fue en ese contexto cuando Figar dijo a la directora general: “Me dicen que tus investigadores (sic) no asisten a las reuniones ni a comités, se limitan a investigar”. Y prosiguió: “Ya sé que publican muchos papers, pero ¿quién les dice en qué tienen que investigar?, se preguntó.
La respuesta de Núñez fue inmediata y aplastante:
–Si hubiera que decírselo, no serían investigadores.
–Claro, claro –siguió argumentando la consejera–, pero además de investigar, ¿qué hacen?
Ni que decir tiene que, al poco tiempo, la directora general fue destituida de su cargo y las universidades madrileñas y sus centros de investigación son hoy pasto de todo tipo de políticas descabelladas. La consejera, sin embargo, como en el cuento de Monterroso, sigue allí.
No es desde luego el único caso. Ni siquiera el más sangrante. La España de las autonomías se ha llenado de campus universitarios bajo la atenta mirada del poder político, que, como dice Clara Eugenia Núñez, han inventado la biblioteca-espectáculo, poco espacio para el estudio y el depósito de libros y mucho para el divertimento. Algunos datos lo corroboran. En 1975, había en España 28 universidades, pero en 2007 ya eran 77 (de ellas, 50 públicas) con 132 campus universitarios. Es decir, una por provincia. Hoy existen tantos campus como institutos de enseñanza media había en España a comienzos del siglo XX.
Excelsa mediocridad
Tanto dispendio, sin embargo, no evita una realidad dolorosa: ninguna universidad española se encuentra entre las 200 mejores del mundo, lo que da idea de tan excelsa mediocridad. Y lo que probablemente sea más preocupante: su irrelevancia social es absoluta.
Eso es, precisamente, lo que denuncia Clara Eugenia Núñez en Universidad y Ciencia en España, un libro que acaba de ver la luz y que refleja las miserias desde dentro (cinco años como directora general de Universidades) de una institución esencial en la formación de sociedades avanzadas, pero que en España se ha convertido (salvo en excepciones) en una inmensa agencia de colocación de profesores desmotivados y mal pagados, y en un inmenso aparcamiento de jóvenes condenados al paro o al subempleo.
Como sostiene Núñez, en España ni hemos aprendido de Francia, donde las universidades fueron un proyecto de Estado para defender la libertad frente a injerencias políticas o religiosas, ni de Alemania, donde el modelo diseñado por Humboldt puso el énfasis en la investigación como la clave de bóveda de una formación superior de carácter humanista. Ni, por supuesto, de las universidades norteamericanas, que combinan los centros de investigación con la larga tradición de los college británicos y su obsesión por cultivar élites del conocimiento.
Nada de eso ha sucedido en España, donde el clientelismo político y el caos organizativo se han apoderado de su funcionamiento. Algo en lo que tiene mucho que ver, como sostiene Núñez, su deficiente diseño institucional, calcado al de las comunidades autónomas, que son quienes meten mano en su funcionamiento al margen de cualquier racionalidad académica.
La autora del libro pone un ejemplo. Es evidente que cada año hay un desfase brutal entre la oferta de plazas universitarias y la demanda de titulaciones, lo que obliga a muchos alumnos que no alcanzan la nota a matricularse en otras disciplinas que no desean, con el consiguiente fracaso académico y económico. ¿Y por qué no se cambia el sistema?, se pregunta Núñez. Su respuesta no deja lugar dudas. A nadie importa la oferta educativa, “sino la permanencia en sus puestos de miles de profesores, muchos de ellos redundantes en la Universidad”.
Su conclusión es que la Universidad se ha convertido “en un lobby cuyo principal objetivo es obtener rentas públicas” bajo la amenaza permanente de presión política y movilización en la calle. El resultado sólo puede ser uno: España gasta en centros universitarios una cantidad “comparable” con otros países de la OCDE, pero los resultados académicos están muy por debajo de lo que cabría esperar en un país que destina tantos recursos a su sostenimiento. Sin duda, porque la Universidad tiene mucho más que ver con la política que con el conocimiento.
Dos casos lo acreditan. En la Universidad Carlos III, la plantilla de profesores contratados creció sospechosamente antes de unas elecciones a rector (impulsadas por el rector saliente Peces-Barba) para que su voto determinara los resultados de la votación a favor de su candidato; mientras que el exrector Berzosa, de la Universidad Complutense, lo que hizo fue subir los sueldos a los trabajadores para lograr la reelección (lo cual consiguió). Como dice Núñez, “su liberalidad, con los fondos públicos por supuesto, puso en apuros a todas las demás universidades públicas de Madrid, cuyos sindicatos empezaron a presionar a favor de un trato similar en aras de una supuesta equidad”.
Y es que el nepotismo, el compadreo, viene de lejos. La exdirectora general de Universidades de Madrid recuerda que la primera reforma –de 1983– permitió el ascenso a catedráticos de los entonces llamados profesores agregados. ¿El resultado? “Muchos diputados a Cortes y altos cargos en el Gobierno socialista se beneficiaron de esta medida”. El caso de Jon Juaristi, que también acabó siendo director general de Universidades con Lucía Figar, es igualmente significativo.
Juaristi había sido director del Instituto Cervantes y de la Biblioteca Nacional, y debido a su implicación contra el terrorismo etarra, tuvo que ‘exiliarse’ en Madrid. Por petición expresa de Esperanza Aguirre, la autora del libro le pidió a Virgilio Zapatero (rector de la Universidad de Alcalá y exministro de Felipe González) que proveyera una plaza a la que pudiera presentarse Juaristi.
El rector le daba largas pese a que el coste de la plaza era de unos 70.000 euros de un presupuesto de 66 millones para gastos corrientes. Pero ni así. Fue pasando el tiempo hasta que la directora general de Universidades se armó de valor y le preguntó un día durante un encuentro casual con el rector si ya había convocado la plaza. Zapatero, mirando hacia el suelo, le respondió que no dependía de él, sino del departamento. Y fue entonces cuando Núñez estalló y le recordó a la cara:
–“No te preocupes, es muy fácil. Llamas a tu antecesor en el cargo, Manolo Gala, y le preguntas cómo te trajo de catedrático de la Universidad de Almería, en contra del departamento. Tampoco es necesario que te explique cómo te hizo rector, Juaristi tan sólo necesita la cátedra”.
Una buen resumen de cómo funciona (al menos una parte) la endogámica Universidad española.

Título del libro: Universidad y Ciencia en España.
 Claves de un fracaso y vías de solución.
Autora: Clara Eugenia Núñez

lunes, 24 de noviembre de 2014

Oculten el currículum

Por David Torres 

Fuente: Diario Público 
10/9/2014 

http://www.caffereggio.net/2014/09/10/oculten-el-curriculum-de-david-torres-en-publico/


Un estudio ha concluido que en España es mejor no tener estudios. No estudios estadísticos sino cualquier tipo de estudios. Es el estudio definitivo, el que nos lanza directamente al barranco, a la ignorancia, a la Edad de Piedra y a Telecinco. Dicho de otro modo: aquí cuánta más cultura, menos trabajo, menos dinero y menos posibilidades de acabar de consejero político. La prueba del algodón es la exigencia del inglés para un puesto de barrendero mientras que una alcaldesa lo habla al nivel Alfredo Landa, dos presidentes no alcazan ni el chapurreo y uno escribe español en gallego, que nunca se sabe si sube o si baja.
Hay una escena maravillosa en no recuerdo exactamente qué secuela de Superman en que una rubia espléndida está tumbada en el sofá leyendo a Kant, intentando rasgar los velos del fenómeno y el noúmeno. De repente se abre la puerta, entra el gángster con sus esbirros y la rubia guarda a toda leche el tomo de filosofía bajo el cojín mientras se pone a hacer mohínes y a limarse despreocupadamente las uñas. El chiste es universal, aunque es evidente que esa mujer ha estudiado filosofía en una universidad española y sabe que es mejor enseñar el culo y ocultar el currículum. En España aquello de “¿estudias o trabajas?” siempre fue un chiste incomprensible, lo mismo que aquella maldad genial de Paul Groussac, quien una vez escribió en una crítica que temía que el hecho de que un libro se hubiera publicado fuese un serio obstáculo para su difusión. Aquí la lectura es un vicio que se paga con dioptrías y los libros un lastre desde aquellos gloriosos tiempos en que una estantería con media docena de ellos sólo despertaba el interés del Santo Oficio.
Durante el servicio militar un sargento me dio la clave de nuestra desconfianza secular hacia la letra escrita. Dos o tres soldados nos ofrecimos para enseñar a leer, escribir, sumar y restar a unos cuantos analfabetos que acababan de llegar al cuartel, pero el sargento receló de inmediato. Le explicamos que, por supuesto, no íbamos a cobrar nada, que daríamos las clases en las horas libres y que el ejército únicamente tenía que prestarnos las aulas. El sargento torció la boca en una mueca de ministro y soltó una coz verbal que ha sido el lema de la educación española desde Atapuerca: “¿Y para qué quieren éstos aprender a leer, si yo sé y no leo?”
Muchas veces, a lo largo de mi vida, me he encontrado una y otra vez con distintas formulaciones de la misma pregunta: “¿Y eso cómo lo sabes? ¿Lo has leído en un libro?” Es una elegante variación de aquella reprimenda clásica: “Hijo, tú eres muy listo para los libros pero muy tonto para la vida”. Nuestros padres se preocuparon de darnos una educación, a algunos incluso una carrera, aunque sólo fuera para intentar paliar el vacío de una generación condenada al catecismo. En un capítulo profético del Quijote un cura y un barbero limpian una biblioteca con cerillas para que la enfermedad de la lectura no se extienda por La Mancha. No sé qué hacen aquí leyendo.

David Torres


Paren España que me quiero apear

Por Jesús Cacho 

Fuente: Vozpópuli 

24/11/2014

Confieso que vi de soslayo el espacio que Telecinco dedicó el sábado noche al tal Francisco Nicolás Gómez, alias “el pequeño Nicolás” o Nicolasín. Lo vi, es un decir, en la sede de Vozpopuli, mientras ayudaba a preparar la edición del domingo. Echaba un vistazo y salía espantado. Sencillamente, me daba vergüenza ajena detenerme ante el espectáculo que estaba teniendo lugar en la pantalla. Vergüenza no ya como español, que también, sino como ciudadano, como demócrata que se enfrenta a la prueba más concluyente de la postración al que ha llegado el sistema, esta dizque democracia nuestra, tan malita ella, tan enferma, tan tocada del ala, que hasta un bufón lenguaraz, un jeta con un morro que se lo pisa, ha sido capaz de poner en jaque a las más altas instituciones del Estado y hacerlas, una tras otra y en fila india, emitir comunicados desmintiendo las afirmaciones del granuja, de este osado aprendiz de James Bond al que entre unos y otros, entre sinvergüenzas y descerebrados, entre José María Aznar y Jaime García-Legaz, han elevado al estrellato.


Confieso también que en un principio creí que estábamos ante un fabulador consumado, un tipo capaz de maquinar una película de espías que él mismo llega a creerse, o bien ante un pillo de familia desestructurada, como dicen ahora, que se pone de anfetas hasta el culo o fuma hierba de baja calidad. Estaba equivocado. Entiéndanme, es obvio que el tunante ha construido un Escorial sobre los cimientos de una cabaña de pastores, pero también lo es que esa cabaña, de dimensiones hoy imprecisas, existe, tiene muros y hasta es posible que tejado, hay una base en todo lo que dice, de modo que el niñato no es un bluff. Porque en caso contrario no habría forma de entender el ataque de nervios que el sábado se apoderó de la oficina de la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría -¿cuándo va a pedir la oposición que se explique en el Parlamento?-, hasta el punto de tener que salir, con el coste correspondiente, a desmentir al fulano, y el ataque de pánico que se adueñó de Zarzuela (Carlos García Revenga, secretario de las infantas: “Aquí ha llamado dos veces: para decirme que él podía parar la querella de Manos Limpias contra doña Cristina -le dije que se estuviera quieto-, y una segunda vez para ofrecerme trabajo, como suena, a lo que respondí que llamara cuando tuviera algo que ofrecerme”), que también acabó expeliendo vergonzante comunicado exculpatorio. 
Tanta gente ha perdido aquí el oremus, que el charlatán aparece en pantalla y los periodistas encargados de entrevistarle, es un decir, en lugar de tratarlo como lo que es, un consumado bufón, excrecencia de una democracia enferma, lo elevan a la categoría de experto en razón, de modo que el pícaro se viene arriba y llega un momento en que da lecciones de comportamiento moral y se mofa del Gobierno (a moro muerto, gran lanzada), y tanto se crece que termina por comerse a los entrevistadores, tan contento acabó, tan sobrado después de que el editorialista de un periódico de toda la vida le despidiera con un abrazo que sonó a confirmación, que se fue directo a por una de esas azafatas que decoran los platós de Paolo Vasile y le espetó de esta guisa, frente a frente, los ojos en el escote: “Y tú qué piensas, ¿también crees que soy un estafador?” Dicen que Lara le ha ofrecido ya un libro en Planeta, y que Vasile le va a enchufar de tertuliano bien remunerado adosado a Belén Esteban, que anda la mujer de capa caída últimamente, y qué gran pareja, el aprendiz de Torrente y la princesa del pueblo, que excelsa representación de la España fin de régimen, el rufián y la castañera, “pero el crío es un fenómeno”, exultantes ayer en Telecinco, “21,1% de cuota de pantalla, más que Gran Hermano”, otra demostración de excelencia que emite la misma cadena y dirige esa intelectual apellidada Milá.

Poner en evidencia a Moncloa, Casa Real y CNI
Hablar de escándalo es decir poco a estas alturas de la película española. El hecho cierto es que el bigardo (se presentó tres horas antes en los estudios de Telecinco aduciendo que “le perseguía la policía”) ha sido capaz de poner en jaque a las más altas instituciones del Estado. De no creer. O de confirmar lo que ya sabemos: que sólo en un país donde las instituciones han dejado de funcionar o lo hacen muy mal, a trancas y barrancas, un galopín con hocico es capaz de revolver Roma con Santiago y poner en evidencia a la Moncloa, a la Casa Real y a los servicios de inteligencia (papelón el de nuestros “espías”, oiga, se entiende ahora por qué ocurren las cosas que ocurren, todo manga por hombro). Algo sólo concebible en un Estado con sus instituciones ocupadas por personajes de segunda o tercera categoría que, incapaces de competir en campo abierto, se refugian bajo las alas protectoras de un partido, siempre pendientes de lo que diga el jefe. Nuestra pobre democracia tiene controles de sobra, pero esos controles no funcionan, y no lo hacen porque los encargados de hacerlos valer están asustados, esperando que alguien con galones, con mando en plaza, les diga que no les va a pasar nada si cumplen con su deber, si asumen las responsabilidades derivadas del cargo que ocupan.
Nicolasín es tráfico de influencias al por mayor en una sociedad donde es tradición vivir de la ayuda de alguien, del empujón del amigo, del enchufe del poderoso, del abrazo del conmilitón. Nadie confía en su leal saber y entender, de modo que todo es darle hilo a la cometa, patada a seguir y hoy por ti mañana por mí. Nadie se planta ante lo ilegal, lo absurdo, lo intolerable. Tráfico de influencias que resume la esencia de un sistema corrupto y diseña un paisaje de profunda humillación moral. Eso es lo que sintieron millones de españoles el sábado, viendo la exhibición en directo de este pájaro de cuenta: humillación. Enseña la historia que los regímenes en decadencia suelen terminar expeliendo una efigie que delimita y representa mejor que mil tratados sus miserias morales. En el inconsciente colectivo patrio está el caso de sor Patrocinio, la famosa “monja de las llagas”, que acompaño el reinado de Isabel IINicolasín es la efigie, el esperpento valleinclanesco que define el final de la Transición, el definitivo declive de un régimen cuyo hundimiento nadie parece interesado en evitar. 

Jesús cacho (Villarmentero de Campos, Palencia, 1943)