sábado, 15 de noviembre de 2014

Las urnas milagrosas

Por Gregorio Morán


Fecha: 15/11/2014
Fuente: La Vanguardia 

SABATINAS INTEMPESTIVAS
(1ªparte)
Esa minoría independentista controla de manera casi exclusiva buena parte de la vida social del país
En verdad que ya nada será igual después del simulacro de referéndum del 9 de noviembre. Como una catarsis, ahora sabemos un montón de cosas que estaban sobreentendidas en la sociedad catalana. Hasta tal punto que esas cajas de cartón se convirtieron en urnas generadoras de milagros, algunos sencillos y populares. Otros, sofisticados mecanismos de relojería política que deben mucho a la escolástica, que no por nada este país nuestro, Cataluña, está impregnado de catolicismo hasta en el ateísmo más renuente a reconocerlo.
Primera lección fundamental. El independentismo en Cataluña abarca con precisión una masa ciudadana que no alcanza los dos millones. Ahora bien, esa minoría abundante controla de manera casi exclusiva buena parte de la vida social del país, empezando por los medios de comunicación y terminando con la exhibición pública agobiante de sus consignas y su afán por representar la parte como un todo. Ellos son Cataluña, los demás son adversarios a los que acojonar. Baste decir que el proceso de intimidación durante la campaña por el simulacro de referéndum llegó hasta el borde de lo cómico: las caceroladas.
Las caceroladas nacen en España como protesta contra el poder que no les escucha -la guerra de Iraq, por ejemplo- pero hacerlas en Barcelona donde el único poder real es el de quienes manejan la Generalitat, podría interpretarse como un ejercicio de intimidación hacia el vecindario que no comparte las ideas de los caceroleros. Porque lo más curioso de la situación que estamos viviendo en Cataluña no es que los pretendidos actos de afirmación independentista sirvan para aclarar algo, sino al contrario, lo confunden más. Ahora es más difícil que antes entender qué carajo defiende cada grupo; si es que defiende cosa alguna o se limita a dejarse llevar por la ola del independentismo.
Y si quieren ejemplos vivos, que es lo que la gente desea que le indiquen y se dejen de hablar por alusiones, metáforas y metonimias, las diversas posiciones de la casta política catalana -tan veterana en el juego del bueno y el malo, o del seny y la rauxa- bastaría seguir el curso sinuoso hasta lo imposible de personajes tan diferentes como Duran Lleida y Joan Herrera, cuya versatilidad concluía en la sumisa aceptación de la presión de sus huestes.
El deterioro de los créditos de la clase política catalana observado fríamente, sin la abnegación a que obliga el servirles y recibir sus regalías, es tan llamativo que convendría detenernos un rato antes de seguir. Aunque sólo sea porque no es frecuente hacerlo. La complicidad entre esa casta hegemónica que hace como que gobierna pero que se oculta cuando debe dar cuentas de su tarea, y ese pinyol del millón ochocientos mil voluntariosos independentistas -entre los que cabe incluir a la intelectualidad vicaria y respetuosa con el mando- se exhibe con el desparpajo de quien desdeña al resto, lo marginaliza, lo convierte en extraño a su tierra; cuando en realidad son la mayoría frente a los conversos.
Hay quien se admira de la voluntad popular de los 40.000 voluntarios para la consulta trucada. El voluntariado protegido, alimentado y ensalzado por el poder político no es una fuerza popular sino un recurso de quienes detentan la hegemonía. Y digámoslo claro, el caso Palau demostró la evidente inexistencia de la sociedad civil catalana, a menos que consideráramos como tal el arte de otorgarse bombos mutuos y cubrirse patrimonios y queridas.
Y como la sociedad -no la catalana sólo, sino todas- no soportan los vacíos, nació un sucedáneo de sociedad civil catalana, alimentada de muy diversas formas por las instituciones, algunas tan inquietantes como el partido que dice que nos gobierna, cuya sede sigue embargada por los tribunales de justicia. Así se vigorizó Òmnium Cultural y se inventó la ANC. Por eso creo que no se está forjando el partido del president, sino que Artur Mas ha pasado lista de sus protegidos y les ha llamado para que cumplan; que al fin y a la postre no todo va a ser ayudarles a figurar. Ahora le toca a él salir del atolladero y pasar las facturas. Algunos más reacios a la evidencia se resisten. La perplejidad desarbolada del líder de ERC, el sentimental Oriol Junqueras, ha bajado tantos enteros en el ranking que hasta los medios bajo control le han quitado el derecho a llorar por la independencia en horario de máxima audiencia.
El principio de que los ciudadanos de Cataluña somos inmunes a la corrupción y exquisitamente democráticos es otra de las milagrosas conclusiones de ese remedo de referéndum del 9-N. Un castizo lo llamaría la consulta de Juan Palomo, porque los mismos que convocan, se anuncian hasta el agobio a costa del erario público, barren como si se tratara de residuos de ciudadanía a los oponentes, y para acabar la machada, instalan las urnas de cartón desechable, meten las papeletas y ellos mismos las cuentan. ¡Imaginan que algo similar se hubiera hecho en Extremadura, Andalucía, o Euskadi! Es la primera consulta estilo kosovar que se celebra en España desde aquella de diciembre de 1976, también llamada de la Reforma Política. No es posible en democracia ser al tiempo juez y parte.
La más inquietante de las evidencias provocadas por la parodia de consulta consiste en que la hegemonía de menos de un tercio de la población en edad de responsabilidad política, incluidos los adolescentes, sea la que decide quién es catalán de pro y quién no, quién tiene aval de ciudadanía y quién no. Si la cosa será grave que hasta han pasado por las casas, de una en una, para que cada cual ratifique sus querencias políticas; entendiendo que abstenerse de hacerlo es más grave que reconocerlo. Pero, pregunto: ¿hasta dónde vamos a llegar en este sistema de ciudadanos supuestamente virtuosos desde la cuna, frente a la mayoría de pecadores?
Recuerdo cuando en Euskadi el elogio de la lengua alcanzaba hasta las opiniones de un inefable sacerdote de otro siglo que consideraba al euskera como la lengua hablada entre Adán y Eva. Pero aquello provocaba vergüenza ajena y nadie quería hacerse eco de tales estupideces que no sólo carecían del poder de alimentar la autoestima del pueblo vasco sino que le devolvían al parvulario. Ahora el fenómeno se ha trasladado aquí y resulta que desde Colón a Leonardo da Vinci, pasando por Santa Teresa, Cervantes, y no sé quién más, nacieron o se formaron en Catalunya, y esa generación corrupta e impune que es la mía, taciturna en los desmanes, se suma a la cohorte de perritos falderos de una clase política corrupta pero fecunda en la fabricación de autoestima.
Bastaría la imagen del exhonorable Jordi Pujol haciendo cola para votar acompañado de su esposa en su papel de lady Macbeth de la Floricultura, cuando un indignado autóctono, que los hay en número muy superior aún al de los voluntarios de la camiseta amarilla, le afronta con un “¡vergonya, vergonya!”, como si esa escueta “vergüenza” expresara todo el desprecio hacia el impostor que dispuso durante 23 años del agua en el oasis. Hete aquí que sus compañeros de cola, nunca mejor dicho, probos ciudadanos, salieron en defensa del delincuente, del gran padre Pujol, y exigieron un respeto para quien les había engañado con tanta desfachatez.
Aunque habría que explicarlo más por lo menudo, me atrevo a apuntar un pequeño detalle de gran significación. Estoy seguro que todos los imputados, condenados y presuntos estafadores, todos, sin excepción, votaron sí-sí, porque en definitiva la independencia sería su amnistía, y si no que se lo pregunten al líder de las CUP, ese compadre de Oriol Pujol Ferrusola en el palco del Barça en una instantánea imborrable. Por cierto ¿ningún medio de comunicación detectó dónde votaron los eminentes hombres de empresa apellidados Pujol Ferrusola? ¿O es que mandaron el voto por correo? Igual que estamos fichados los que no votamos, con mayor razón lo estarán los que lo hicieron. Desconozco si había urnas en Ginebra y las Barbados.

Gregorio Morán (Oviedo, 1947)



Fecha: 22/11/2014

SABATINAS INTEMPESTIVAS
(2ªparte) 
No hay persona con un mínimo de sentido común que considere la consulta viable en las actuales circunstancias
Si hubiera que definir la sensación generalizada de la ciudadanía en Cataluña no creo que encontráramos otra mejor que la de una sociedad que se hace un montón de preguntas y que no encuentra las respuestas para sentirse segura. Antes, es decir, hace unos meses, la gente se saludaba con un ¿cómo estás?, ¿cómo te va?, ¿la salud, bien?, y demás fórmulas por el estilo que revelaban una urbanidad consolidada. Ahora lo más común es que te aborden con un “¿tú cómo lo ves?“.
Pues la verdad, yo no lo veo nada bien, por utilizar una expresión políticamente correcta. Pero si me insisten, no puedo menos de reconocer que la vida en común, eso que llamamos la sociabilidad de nuestras relaciones, la defensa de opiniones sin coste alguno para quien las exhibe, todo aquello que caracterizaba una sociedad abierta, ha sufrido un deterioro al que la parodia de referéndum del 9 de noviembre ha dado un golpe definitivo. ¿Votaste o no votaste? ¿Amigo o enemigo?
No es lo mismo vivir en una sociedad diversa que en una sociedad fraccionada. ¿Quién va a pagar este destrozo? Para la minoría hegemónica independentista el futuro del país de Jauja está a la vuelta de la esquina. Para el resto, en el que caben muchas posturas, lo único que se preguntan son dos cosas: cómo saldremos de esto y cómo llegamos a ello. Porque es verdad que no hay nadie que por principio niegue la posibilidad de una consulta, pero al tiempo no hay persona con un mínimo de sentido común que la considere viable en las actuales circunstancias, con un dominio absoluto de los aparatos de propaganda por parte del independentismo, ya se tiña de soberanismo o del derecho a decidir -que tuvo gran predicamento en Euskadi durante los años noventa-. Porque no se trata de decidir sobre los presupuestos y la administración del poder, sino sobre el blindaje de quienes se han comido los fondos. La Sanidad en Cataluña, por citar el caso más escandaloso, es lo más parecido a lo que el Partido Popular está promoviendo en Madrid. Hay que ser muy simple para creerse que los culpables están en el Poder Central y no en el Govern de la Generalitat.
¿Es más importante la independencia que la crisis económica, los desahucios, el paro, la corrupción? Ahí es donde se acabó la izquierda en Cataluña, convirtiéndose en algo que ya viene de atrás; los cómplices de quienes se han alimentado y beneficiado de la crisis, los desahucios y la corrupción. La comisión parlamentaria sobre Jordi Pujol ha solicitado la comparecencia de casi 200 personas, la inmensa mayoría aforadas; nunca llegará a conclusión alguna. Es una estafa a la ciudadanía. No hay escena más significativa que el abrazo del president Mas al líder de las CUP, Fernández, en el Centro de Telecomunicaciones de la Generalitat. Tiene valor iconográfico, como el beso en la boca de Gorbachov a Honecker en Berlín. La complicidad de la sumisión. Algo así como ¡Fernández, has cumplido como si fueras uno de los nuestros!
Una de las cosas más divertidas de nuestros analistas es que cada vez que se hace una crítica al poder de la Generalitat hay que apuntar a Mariano Rajoy, para compensar. Esta tradición escolástica, heredera del miedo y el dogmatismo del viejo movimiento comunista -no olvidar nunca cuál es el enemigo principal y el secundario- creó un relato que se convirtió en evidencia durante los años del oasis y los camellos pujolianos. Cuando los agudos comentaristas aseguran que Rajoy ha hecho más independentistas que Oriol Junqueras, no dicen más que una bobería de tertuliano. Aquí nadie se convirtió en soberanista por Rajoy, no digan tonterías; les bastó con los medios de comunicación y ese poso de autoestima que sembró el pujolismo. Rajoy es un cero a la izquierda en esta historia, de ahí su incompetencia.
Y ahora qué. Nadie parece dispuesto a mover ficha porque se consideran dueños y señores del tablero. La iniciativa de engañar al Estado es de una candidez perversa y más aún si lo dices como un fanfarrón de fiesta mayor. Esta gente no está aventada, sencillamente les falta un hervor, porque además de ser un partido tan sospechoso de corrupción que mantiene su sede central embargada por los tribunales -conviene repetirlo porque no creo que haya en toda España un caso semejante- tiene el techo de cristal. Sólo alguien sobrado de lo que se denomina filibusterismo político puede decir, como el número dos de Convergència, Josep Rull: “Las elecciones en Cataluña tienen que hacerse cuando tengamos las fuerzas para ganar”.
Demasiados años de silencios cómplices nos han abocado a la estafa democrática del 9 de noviembre. A veces pienso si es que las querencias, tras 23 años de pujolismo omnímodo, es la de adular al poder mientras facilite la vida a los que no conocen otra crisis que la gastronómica, la otra burbuja de la frivolidad social. Fíjense en cómo los mismos adjetivos que se usaban para las loas al expresidente Pujol vuelven a utilizarse sobre ese pobre tipo al borde del abismo, de mandíbula prominente y talento escaso -al lado de sus socios y adversarios pasaría por Clemenceau- ¡que responde a los periodistas en cuatro idiomas!, según reverencian los plumillas herederos de la inmersión lingüística que a duras penas llegan a dos. Luego se caerá el icono, se le llenará de basura por los mismos que le echaron el incienso y la mirra, y el rey mago pasará a la categoría de exhonorable. Si no, al tiempo.
Salvo para los cándidos que se creen lo que les gusta creer, tenemos en Cataluña una clase política tan corrupta y servil como la del resto de España. Lo que ocurre es que como estamos en un país pequeño, los conocemos a todos y nos produce cierto rubor describir a personajes de los que sabemos de antiguo. La obscenidad política de Quim Nadal, el descaro de Mascarell, o el furor patriótico de aquellos compañeros de organización universitaria Mas-Colell y Muriel Casals… El partido más significativo que existe en Cataluña es y será el ex PSUC, y eso marca. ¡Qué libro saldría si alguien tuviera la audacia de contarlo! La ambición política achicada por los polos.
Esa radiografía inequívoca que dejó el 9 de noviembre habrá que analizarla en fondo y forma, y no como el esbozo de una presunta autodeterminación de los pueblos, que todo el mundo defiende mientras no está en el poder pero que retira cuando lo detenta. Ya es como un lugar común referirse a la quiebra del sistema salido de ese gran embeleco que fue la Transición, con mayúsculas. Aquí la sociedad se ha roto y nadie parece preocupado en aliviar la tensión creada por el macizo de la catalanidad, los de la ceba en lenguaje arcaico, a los que se han sumado esos irredentos hijos de la emigración, demediados entre la parla con sus padres, en castellano acentuado, y el catalán que exigen cuando cierran el candado de sus orígenes para convertirse en estrictos criollos, observados con cierta gracia y no sin desdén por los pata negra.
Ya me gustaría a mí escribir de “flores y violas” pero hemos de asumir lo que nos toca para no tener que avergonzarnos pasado mañana cuando salgan los justicieros, los mismos que echaban loas al presidente felizmente desenmascarado. Por eso suscribo las palabras de Juan Marsé la semana pasada en El Cultural, una fotografía de grupo: “La rampante incultura nacional y la no menos nacional y rampante engañifa educacional futbolera, la señora Cospedal y sus insufribles y mofletudos embustes, y Oriol Junqueras y su llorosa cabezonería identitaria, y TV3 y su desvergüenza informativa, y el caricato portavoz de CiU Francesc Homs y su titiritera gesticulación vendiendo humo, Rajoy y su insostenible tancredismo, el corrupto expresident Jordi Pujol por envolverse en la senyera y mearse en ella, el nacionalismo español que aspira a ser imperial y el nacionalismo catalán que aspira a ser provinciano, los jerarcas de la cavernícola Iglesia católica española, etcétera.”.
Imagínense si estamos jodidos que hasta el anuncio de la Lotería de Navidad va empañado de tristeza.
Gregorio Morán (Oviedo, 1947)


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