jueves, 9 de julio de 2015

Lo que el librero nunca le contará

Fuente: www.bibliofilia.com

9/7/2015






       Aunque es costumbre de la Casa no aceptar consejos y tampoco darlos, por esta vez vamos a hacer una excepción. Lo cierto es que es extraño que todavía no se haya publicado un manual de cortesanía o de etiqueta y decoro social, para que usted aprenda, exactamente, cómo debe tratar a su librero. Intentaremos, en la medida de lo posible, llenar este inexplicable vacío.

       Primera norma: debe tratarlo con la generosidad de un príncipe napolitano. Efectivamente, estas librerías que usted conoce (sabe de lo que estoy hablando –pequeños escaparates que exhiben libros sorprendentemente convencionales, escritorios de madera y estanterías en roble claro; alfombras y moquetas y, en ocasiones, parqués; atmósferas más privadas que acogedoras; y clientes que afirman, en un tono de voz demasiado alto, su intransigencia respecto a un centímetro menos de margen-) estas librerías, y siento desengañarle si alguna vez fue tan ingenuo como para creer otra cosa, no son entrada, sino barrera, frontera y tierra de nadie diseñada, precisamente, para impedir que usted encuentre lo que busca. Atravesar este campo minado de libros, digamos, “normales” no va a resultarle demasiado fácil.

       Segunda norma: al librero, generalmente, no le interesa el dinero y, por lo tanto, le molesta, e incluso le repugna, hablar de precio. Regatear, entonces, podría ser un error fatal. A no ser que usted sea masoquista y, verdaderamente, le guste que le traten mal, le recomiendo encarecidamente que no lo haga. Un comentario desafortunado en este sentido le invalidará inmediatamente como posible cliente. El resultado es que nunca encontrará lo que busca y el librero se complacerá en hacerle pagar caros los deshechos que había pensado regalar a la biblioteca de un hospicio. Tampoco será extraño que, tras escribir cuidadosamente su nombre, su dirección y el libro que busca, tire el papel a la basura antes que usted haya salido de la librería. Recuerde a Ramón Gómez de la Serna “Intentar ahorrar a toda costa es una de las cosas que más envejece”.

       Tercera norma: el librero no tiene, a diferencia de un vendedor de aspiradoras, clientes. Tiene amigos y enemigos. Le conviene ser amigo suyo. No le pregunte nunca como va el negocio (ni esto es negocio, ni puede ir nunca bien), por su familia (el gremio tiene una altísima tasa de divorcios), ni de donde ha sacado los libros (eso se cuenta sólo a la Guardia Civil y cuando no queda otro remedio), ni por qué se dedicó a esto (es algo que el librero se cuestiona todos los días de su vida), ni ninguna otra pregunta idiota. Si usted quiere ganar su amistad le recomiendo regarle una Montblanc de gama media, unas chuletas de cordero lechal o una simple llamada telefónica el día de su santo. Tener un amigo librero es una magnífica inversión, usted no se puede imaginar a la gente que conoce, ni todo lo que puede conseguir con una carta.

       Cuarta norma: el librero, aunque sea por capilaridad, sabe bastante más que usted. No le explique que ese libro ya lo leyó usted en el año 62. Sea humilde y recuerde esa noble inscripción de la Alhambra de Granada “Si me dices que no sabes, te enseñaré hasta que sepas. Si me dices que sabes, te preguntaré hasta que no sepas”.

       Quinta y penúltima norma: en la medida de lo posible no nos toque las pelotas. Hacemos, para conseguirle un libro, cosas que no se podrían comentar en un colegio. Respete nuestro trabajo. Somos algo más que una máquina donde usted echa el dinero y salen los libros. Tenemos nuestro corazoncito como todo el mundo.

       Corolario: la paciencia del librero, como la provincia de Cuenca, tiene límites.




José Luís Boado 
(Librería Maestro Gozalbo, Valencia)

miércoles, 8 de julio de 2015

Amistades

Por Hipatia de Alejandría 

9/7/2015

Mateo Alemán, a propósito de la amistad nos dice: "Deben buscarse los amigos como los buenos libros. No está la felicidad en que sean muchos ni muy curiosos; sino pocos, buenos y bien conocidos".

No le falta razón al autor del Guzmán de Alfarache. A lo largo de la vida tratamos con muchas gentes. Amigos de verdad, que no de mentira, los hay, pero son escasos.

Un amigo es aquel con el que puede quedarse a solas, sin necesidad de que acudan otras personas a la cita. Los otros, los que para quedar con ellos requieren que haya más gente, no son propiamente amigos. Es término más preciso para ellos el de conocidos; aunque a veces, tampoco se les conoce más que superficialmente; lo cual, dada su condición, poco importa.

A los amigos se les estima, respeta e incluso admira. Decía Stendhal que "solo se ama a quien se admira", lo cual probablemente es cierto. Considerar a alguien amigo requiere también de cierto grado de admiración por su persona.

Otro aspecto no menos importante en esta materia es el de la necesaria reciprocidad de la amistad. La consideración de amigo es algo que debe ser mutuo entre dos personas que compartan esa condición.  No porque alguien nos considere sus amigos, estamos en la obligación de serlo. Las afinidades, si es que las hay,  son condición necesaria para la amistad. La amistad nunca puede ser decidida por una persona. Es cosa de dos. Cuando alguien nos concede el título de amigo, a veces hay que echarse a temblar. Ese "honor" conlleva exigencias que serán las más de las veces una pesada carga difícil de llevar.

Los amigos nos alegran la vida; los conocidos nos la complican. Su trato nos aburre y hace perder el tiempo.

Por último, como todo en la vida, la amistad requiere tiempo. Los años sitúan las cosas en su sitio, y solo con los años se tiene cierta idea que quienes son realmente amigos y quienes no. De nada sirve buscar la amistad de alguien; esta surgirá o no, de forma espontánea con el trato y el paso del tiempo.