Por Alicia Delibes
Fuente: El Mundo
5/1/2016
Petite poucette (Pulgarcita) es el título de un ensayo publicado en 2012 en Francia con un importante éxito de ventas. Su autor, Michel Serres (1930), formado en la Escuela Normal Superior de París y miembro de la Academia Francesa, es, desde 1984, profesor de Historia de la Ciencia en la Universidad de Stanford.
En Pulgarcita, Michel Serres hace con ironía el retrato de esa generación que hoy llamamos nativos digitales. Esos jóvenes que, hace pocos años, asombraban a sus abuelos porque a los cuatro o cinco años eran capaces de manejar un móvil o una tableta con mucha más soltura que ellos y que hoy viven inmersos en un mundo virtual, se relacionan a través de las redes sociales y han llegado a nuestras aulas sembrando el desconcierto de pedagogos y profesores.
Michel Serres ha bautizado a su protagonista con el nombre de Pulgarcita, no porque sea pequeña, sino porque sus pulgares, de tanto teclear, se han alargado de forma extraordinaria:
Después de ver con admiración cómo envían, más deprisa de lo que yo hubiera podido hacer jamás con mis torpes dedos, SMS con ambos pulgares, los he bautizado, con toda la ternura que pueda expresar un abuelo, Pulgarcita y Pulgarcito.
Ellos, Pulgarcitas y Pulgarcitos, dice Serres, son muy distintos de nosotros. No hablan del mismo modo ni habitan el mismo espacio. Ellos habitan lo virtual. Mediante el teléfono móvil tienen acceso al mundo entero, con el GPS a todas partes, con internet a todo el saber. Su conocimiento es distinto y su cuerpo también. Algo que, sin duda, habrán de tener en cuenta los diseñadores de planes de estudio, los pedagogos y los profesores, porque, en opinión de Serres, no es solamente el dedo pulgar el que ha sufrido una mutación, también la cabeza de Pulgarcita se ha transformado.
Para hacernos más visible la nueva anatomía de Pulgarcita, Serres recurre a la leyenda ligada al martirio de San Denis, que tuvo lugar en el siglo III, durante la persecución de los cristianos decretada por el emperador Aureliano. Denis, obispo de Lutecia (hoy París), fue encarcelado y condenado a muerte. Cuando era conducido por la colina de Montmartre para ser decapitado en la cumbre, uno de los soldados que le custodiaba, impaciente, desenvainó su espada y le cortó la cabeza. Según cuenta la leyenda, ya decapitado, Denis se levantó, lavó su muñón en una fuente y siguió ascendiendo. Los guardias huyeron despavoridos.
En la iglesia que lleva su nombre se encuentra una imagen decapitada del santo que sostiene la cabeza con sus manos. Como San Denis, escribe Serres con mordaz ironía, Pulgarcita tiene su cabeza separada del cuerpo y la maneja con sus manos. Esa cabeza es su ordenador, bien lleno de datos, de información y de programas inteligentes. Todo el conocimiento está a su alcance y Pulgarcita lo obtiene moviendo sus dedos con velocidad pasmosa.
Pulgarcita ya no necesita trabajar para aprender, no necesita escuchar lo que dicen sus profesores, no necesita leer libros, no necesita escribir. Pulgarcita ya no aguanta el silencio de las aulas, le aburren los maestros, no soporta la inactividad. Es el fin de la era del saber. Pero también, dice Serres, es el fin de la era de la abstracción, de las ideas, de los conceptos. Y es que Pulgarcita desprecia los conceptos abstractos. No conoce la idea pero tiene a su alcance mil ejemplos de ella. "Dime que es la belleza. Y Pulgarcita responde: una mujer bella, una bella yegua, una bella aurora…". La abstracción molesta a Pulgarcita, ¿para qué hay que saber qué es la belleza, qué es el bien o qué es el mal? Mucho más útil es el ejemplo que el concepto.
Michel Serres señala, y con acierto, que algo parecido a la escuela está ocurriendo también en la política: "Ya no hay poderosos en la escena política, ocupada ahora mismo por la gente decidida". A la democracia del saber le seguirá una nueva forma de democracia que ahora se está formando y que acabará imponiéndose, asegura resignado el abuelo de Pulgarcita. Es el fin de la era de los poderosos, de los expertos, de los que toman decisiones. Pulgarcitos y Pulgarcitas ocupan la escena. Son los nuevos pilotos del mundo.
Entre los concejales más jóvenes del Ayuntamiento de Madrid se pueden reconocer a estos Pulgarcitos que describe Michel Serres por su habilidad en el manejo de móviles, tabletas, ordenadores y redes sociales. Es cierto, como dice Serres, que viven y actúan de otra manera. Reacios a la lectura y a la escritura, su forma de aprender es muy distinta a la de mi generación, y probablemente eso influya en su forma de pensar y de comportarse. Pero creo, o quiero creer, que, en general, son respetuosos con el saber, con las instituciones y con las normas y leyes que democráticamente nos hemos dado los españoles.
Un respeto del que carecen los Pulgarcitos del equipo de Gobierno. La "vieja política" no va con ellos. Han llegado al Ayuntamiento para "cambiar las cosas", o sea, para hacer la revolución. Alardean de su curriculum como activistas políticos conseguido en asambleas de barrio o de facultad. Se iniciaron en las acampadas y manifestaciones del 15-M y alimentaron su entusiasmo político con lemas como "No somos mercancías en manos de políticos y banqueros", "No nos representan", "Democracia real, ya".
Son Pulgarcitas y Pulgarcitas revolucionarios, están convencidos de que la revolución tecnológica implicará una revolución política, de que las redes sociales son el instrumento ideal para sustituir la aburrida y vieja democracia parlamentaria por una democracia real. Pretenden que los Parlamentos se sustituyan por asambleas y el sufragio por referendos digitales.
Como revolucionarios, tienen su propia utopía. Sueñan con una gran asamblea digital en la que toda "la gente" de todo el mundo pueda compartir sus ideas, votar sus sugerencias y dar sus opiniones. Una utopía que, hasta ahora, se reduce a una página web para corregir las maldades de la prensa, y a un sistema online de participación ciudadana que más bien parece una página de propaganda municipal. Y es que, como viejos revolucionarios, están absolutamente seguros de que ellos y su seguidores, a los que llaman "gente", son poseedores de la verdad absoluta, saben lo que necesita España y están dispuestos a construir el futuro de este país a su manera.
Una de las más insignes Pulgarcitas revolucionarias es la portavoz de Ahora Madrid en el Ayuntamiento, Rita Maestre. Como Pulgarcita, la querida nieta de Serres, Rita maneja sus pulgares a gran velocidad cuando escribe mensajes o chats con su móvil. Como Pulgarcita, Rita habla deprisa, se mueve constantemente y parlotea con sus vecinos de escaño. Como Pulgarcita, Rita quiere ejemplos y desprecia los conceptos. Si se le pregunta por su ideología, echa balones fuera. Ella no sabe si su partido es o no marxista, no sabe de conceptos, solo puede dar ejemplos de lo que no le gusta, de lo que ella y su partido vienen dispuestos a destruir.
Muestra de ello es lo ocurrido el pasado 28 de octubre, durante el desarrollo de un pleno municipal. Uno de los concejales del Grupo Popular, Percival Manglano, interrogaba a Rita Maestre sobre el modelo de "participación ciudadana" que quiere implantar el Ayuntamiento. En su exposición, Manglano contrapuso los principios que sostienen las democracias liberales, basados en la libertad individual y en la igualdad ante la ley, con el marxismo que parece inspirar esa democracia "participativa" que quiere implantar el actual equipo de Gobierno.
Rita Maestra, después de dar unas explicaciones poco comprensibles, terminó su intervención con estas palabras:
Sobre las raíces intelectuales, si lo hubiera sabido me lo preparaba bien, me ponía a leer un poco y me preparaba unas citas, que la verdad no las tengo y voy a quedar bastante peor que tú, Percival. No sé cuáles son las raíces intelectuales de este grupo porque tenemos bastantes cosas que hacer y, entre ellas, no está preparar un corpus ideológico y teórico sobre dónde venimos, quiénes somos y a dónde vamos, nuestra tarea fundamental consiste en solucionar los problemas de los madrileños en la medida de nuestras posibilidades. Creo que sí hay un mínimo común, que no sé si es ideológico o de valores. Cuando digo mínimo común es porque sinceramente no nos hemos puesto a debatir sobre autores y corrientes de pensamiento (…) Es un mínimo común según el cual vivimos en una sociedad en la que existen desigualdades de renta, desigualdades de riqueza, desigualdades de ingreso, desigualdades de raza, desigualdades de género, y la tarea de las instituciones es tratar de equilibrar esa desigualdades.
Escuché fascinada a la portavoz. Era la más viva representación de Pulgarcita. Todo en ella recordaba a la nieta digital de Michel Serres, sus gestos, el movimiento de sus larguísimos dedos, la velocidad de sus palabras… En cuanto a su explicación de la no ideología de su grupo, también podía atribuirse a la incapacidad de abstracción que Serres atribuye a los Pulgarcitos decapitados. Pero en su caso es más impostura que ignorancia. Rita Maestre es miembro del Consejo Ciudadano de Podemos. Ha estudiado Políticas, está imputada por irrumpir en la capilla de la universidad atemorizando a los asistentes a un acto religioso con el grito "Arderéis como en el 36". Sabe perfectamente cuál es la ideología de su partido, otra cosa es que su conocimiento sobre la dialéctica y el materialismo histórico se reduzca a lo aprendido en un par de seminarios y en páginas de internet. Pero Rita, como el resto de los concejales de Ahora Madrid, no quiere hablar de ideología, sigue las directrices de su alcaldesa, que niega haber sido comunista y que niega cualquier relación de ella y de su equipo con el partido Podemos, aunque deba su cargo al dedo divino de su líder, Pablo Iglesias.
Pulgarcita; por Michel Serres.