miércoles, 6 de enero de 2016

La rebelión de Pulgarcita

Por Alicia Delibes 


Fuente: El Mundo 

5/1/2016




Petite poucette (Pulgarcita) es el título de un ensayo publicado en 2012 en Francia con un importante éxito de ventas. Su autor, Michel Serres (1930), formado en la Escuela Normal Superior de París y miembro de la Academia Francesa, es, desde 1984, profesor de Historia de la Ciencia en la Universidad de Stanford.

En Pulgarcita, Michel Serres hace con ironía el retrato de esa generación que hoy llamamos nativos digitales. Esos jóvenes que, hace pocos años, asombraban a sus abuelos porque a los cuatro o cinco años eran capaces de manejar un móvil o una tableta con mucha más soltura que ellos y que hoy viven inmersos en un mundo virtual, se relacionan a través de las redes sociales y han llegado a nuestras aulas sembrando el desconcierto de pedagogos y profesores.
Michel Serres ha bautizado a su protagonista con el nombre de Pulgarcita, no porque sea pequeña, sino porque sus pulgares, de tanto teclear, se han alargado de forma extraordinaria:

Después de ver con admiración cómo envían, más deprisa de lo que yo hubiera podido hacer jamás con mis torpes dedos, SMS con ambos pulgares, los he bautizado, con toda la ternura que pueda expresar un abuelo, Pulgarcita y Pulgarcito.

Ellos, Pulgarcitas y Pulgarcitos, dice Serres, son muy distintos de nosotros. No hablan del mismo modo ni habitan el mismo espacio. Ellos habitan lo virtual. Mediante el teléfono móvil tienen acceso al mundo entero, con el GPS a todas partes, con internet a todo el saber. Su conocimiento es distinto y su cuerpo también. Algo que, sin duda, habrán de tener en cuenta los diseñadores de planes de estudio, los pedagogos y los profesores, porque, en opinión de Serres, no es solamente el dedo pulgar el que ha sufrido una mutación, también la cabeza de Pulgarcita se ha transformado.

Para hacernos más visible la nueva anatomía de Pulgarcita, Serres recurre a la leyenda ligada al martirio de San Denis, que tuvo lugar en el siglo III, durante la persecución de los cristianos decretada por el emperador Aureliano. Denis, obispo de Lutecia (hoy París), fue encarcelado y condenado a muerte. Cuando era conducido por la colina de Montmartre para ser decapitado en la cumbre, uno de los soldados que le custodiaba, impaciente, desenvainó su espada y le cortó la cabeza. Según cuenta la leyenda, ya decapitado, Denis se levantó, lavó su muñón en una fuente y siguió ascendiendo. Los guardias huyeron despavoridos.

En la iglesia que lleva su nombre se encuentra una imagen decapitada del santo que sostiene la cabeza con sus manos. Como San Denis, escribe Serres con mordaz ironía, Pulgarcita tiene su cabeza separada del cuerpo y la maneja con sus manos. Esa cabeza es su ordenador, bien lleno de datos, de información y de programas inteligentes. Todo el conocimiento está a su alcance y Pulgarcita lo obtiene moviendo sus dedos con velocidad pasmosa.

Pulgarcita ya no necesita trabajar para aprender, no necesita escuchar lo que dicen sus profesores, no necesita leer libros, no necesita escribir. Pulgarcita ya no aguanta el silencio de las aulas, le aburren los maestros, no soporta la inactividad. Es el fin de la era del saber. Pero también, dice Serres, es el fin de la era de la abstracción, de las ideas, de los conceptos. Y es que Pulgarcita desprecia los conceptos abstractos. No conoce la idea pero tiene a su alcance mil ejemplos de ella. "Dime que es la belleza. Y Pulgarcita responde: una mujer bella, una bella yegua, una bella aurora…". La abstracción molesta a Pulgarcita, ¿para qué hay que saber qué es la belleza, qué es el bien o qué es el mal? Mucho más útil es el ejemplo que el concepto.

Michel Serres señala, y con acierto, que algo parecido a la escuela está ocurriendo también en la política: "Ya no hay poderosos en la escena política, ocupada ahora mismo por la gente decidida". A la democracia del saber le seguirá una nueva forma de democracia que ahora se está formando y que acabará imponiéndose, asegura resignado el abuelo de Pulgarcita. Es el fin de la era de los poderosos, de los expertos, de los que toman decisiones. Pulgarcitos y Pulgarcitas ocupan la escena. Son los nuevos pilotos del mundo.

Entre los concejales más jóvenes del Ayuntamiento de Madrid se pueden reconocer a estos Pulgarcitos que describe Michel Serres por su habilidad en el manejo de móviles, tabletas, ordenadores y redes sociales. Es cierto, como dice Serres, que viven y actúan de otra manera. Reacios a la lectura y a la escritura, su forma de aprender es muy distinta a la de mi generación, y probablemente eso influya en su forma de pensar y de comportarse. Pero creo, o quiero creer, que, en general, son respetuosos con el saber, con las instituciones y con las normas y leyes que democráticamente nos hemos dado los españoles.

Un respeto del que carecen los Pulgarcitos del equipo de Gobierno. La "vieja política" no va con ellos. Han llegado al Ayuntamiento para "cambiar las cosas", o sea, para hacer la revolución. Alardean de su curriculum como activistas políticos conseguido en asambleas de barrio o de facultad. Se iniciaron en las acampadas y manifestaciones del 15-M y alimentaron su entusiasmo político con lemas como "No somos mercancías en manos de políticos y banqueros", "No nos representan", "Democracia real, ya".

Son Pulgarcitas y Pulgarcitas revolucionarios, están convencidos de que la revolución tecnológica implicará una revolución política, de que las redes sociales son el instrumento ideal para sustituir la aburrida y vieja democracia parlamentaria por una democracia real. Pretenden que los Parlamentos se sustituyan por asambleas y el sufragio por referendos digitales.

Como revolucionarios, tienen su propia utopía. Sueñan con una gran asamblea digital en la que toda "la gente" de todo el mundo pueda compartir sus ideas, votar sus sugerencias y dar sus opiniones. Una utopía que, hasta ahora, se reduce a una página web para corregir las maldades de la prensa, y a un sistema online de participación ciudadana que más bien parece una página de propaganda municipal. Y es que, como viejos revolucionarios, están absolutamente seguros de que ellos y su seguidores, a los que llaman "gente", son poseedores de la verdad absoluta, saben lo que necesita España y están dispuestos a construir el futuro de este país a su manera.

Una de las más insignes Pulgarcitas revolucionarias es la portavoz de Ahora Madrid en el Ayuntamiento, Rita Maestre. Como Pulgarcita, la querida nieta de Serres, Rita maneja sus pulgares a gran velocidad cuando escribe mensajes o chats con su móvil. Como Pulgarcita, Rita habla deprisa, se mueve constantemente y parlotea con sus vecinos de escaño. Como Pulgarcita, Rita quiere ejemplos y desprecia los conceptos. Si se le pregunta por su ideología, echa balones fuera. Ella no sabe si su partido es o no marxista, no sabe de conceptos, solo puede dar ejemplos de lo que no le gusta, de lo que ella y su partido vienen dispuestos a destruir.

Muestra de ello es lo ocurrido el pasado 28 de octubre, durante el desarrollo de un pleno municipal. Uno de los concejales del Grupo Popular, Percival Manglano, interrogaba a Rita Maestre sobre el modelo de "participación ciudadana" que quiere implantar el Ayuntamiento. En su exposición, Manglano contrapuso los principios que sostienen las democracias liberales, basados en la libertad individual y en la igualdad ante la ley, con el marxismo que parece inspirar esa democracia "participativa" que quiere implantar el actual equipo de Gobierno.

Rita Maestra, después de dar unas explicaciones poco comprensibles, terminó su intervención con estas palabras:

Sobre las raíces intelectuales, si lo hubiera sabido me lo preparaba bien, me ponía a leer un poco y me preparaba unas citas, que la verdad no las tengo y voy a quedar bastante peor que tú, Percival. No sé cuáles son las raíces intelectuales de este grupo porque tenemos bastantes cosas que hacer y, entre ellas, no está preparar un corpus ideológico y teórico sobre dónde venimos, quiénes somos y a dónde vamos, nuestra tarea fundamental consiste en solucionar los problemas de los madrileños en la medida de nuestras posibilidades. Creo que sí hay un mínimo común, que no sé si es ideológico o de valores. Cuando digo mínimo común es porque sinceramente no nos hemos puesto a debatir sobre autores y corrientes de pensamiento (…) Es un mínimo común según el cual vivimos en una sociedad en la que existen desigualdades de renta, desigualdades de riqueza, desigualdades de ingreso, desigualdades de raza, desigualdades de género, y la tarea de las instituciones es tratar de equilibrar esa desigualdades.

Escuché fascinada a la portavoz. Era la más viva representación de Pulgarcita. Todo en ella recordaba a la nieta digital de Michel Serres, sus gestos, el movimiento de sus larguísimos dedos, la velocidad de sus palabras… En cuanto a su explicación de la no ideología de su grupo, también podía atribuirse a la incapacidad de abstracción que Serres atribuye a los Pulgarcitos decapitados. Pero en su caso es más impostura que ignorancia. Rita Maestre es miembro del Consejo Ciudadano de Podemos. Ha estudiado Políticas, está imputada por irrumpir en la capilla de la universidad atemorizando a los asistentes a un acto religioso con el grito "Arderéis como en el 36". Sabe perfectamente cuál es la ideología de su partido, otra cosa es que su conocimiento sobre la dialéctica y el materialismo histórico se reduzca a lo aprendido en un par de seminarios y en páginas de internet. Pero Rita, como el resto de los concejales de Ahora Madrid, no quiere hablar de ideología, sigue las directrices de su alcaldesa, que niega haber sido comunista y que niega cualquier relación de ella y de su equipo con el partido Podemos, aunque deba su cargo al dedo divino de su líder, Pablo Iglesias.


Pulgarcita; por Michel Serres.

Día de Reyes

Por Santiago González 

Fuente:   El Mundo 

6/1/2016



En la cabalgata de Reyes de Bilbao, los Reyes desfilan en carretas tuneadas y tiradas por bueyes. La prensa local las llama carrozas, sin tener en cuenta el detalle básico: lo que caracteriza a la carreta es la tracción bovina, mientras que una carroza va siempre tirada por caballos. A los Reyes les planta competencia el Olentzero, un carbonero borrachín que trae juguetes a los niños por Nochebuena. En las últimas ediciones iba acompañado por Mari Domingi (Mari Tetas), un nombre de etimología dudosamente euskaldun, quizá porque a Sabino, el gran reformador de la lengua, no le parecía decente que las vascas tuvieran de eso y sus epígonos se vieron forzados a recurrir al argot castellano.

Los niños vascos son eclécticos como los demás y se dejan regalar por cualquiera, pero entre la acogida del Olentzero y de los Reyes no hay color. Un carbonero frente a Reyes y por añadidura magos. Es como el discurso del Rey en Nochebuena y el del lehendakari en Nochevieja. Ganó el primero por goleada: 4,28 a 1.

En Madrid, la tradición de la cabalgata se ha estrellado contra el republicanismo, el animalismo, el feminismo y todos los ismos que, juntos y revueltos en la cabeza de la alcaldesa y los suyos, les hacen las veces de ideología. Las cabalgatas han prescindido del acompañamiento animal que era característico en algunas de ellas. Las ocas de Miguelín, los camellos y los caballos de los Reyes se han caído de la representación como el burro y el buey del portal de Belén. Fuera también las ovejas. ¿Y qué harán los pastores sin ovejas? Serán pastores de almas, como ella misma y sus concejales.

También hubo transposición de género: reinas magas en lugar de reyes, a la espera de que en alguna edición próxima haya una niña Jesusa, adoptada por una pareja no convencional: dos Josés o dos Marías. Un orgullo gay en cada solsticio. En algunos distritos eran mujeres vestidas de reyes, con su barba postiza, como la madre de Brian para colarse en las lapidaciones. La alcaldesa justificaba el disfraz con argumento cursi: porque «tiene eso tan bello de intentar jugar», prueba evidente de que Carmena no distingue el disfraz de la representación, ni la Adoración de los Reyes de los carnavales.

La izquierda es en sí misma una religión alternativa, de ahí que no sepa distinguir y que ni siquiera sepa que el carnaval, lejos de ser tradición laica es profundamente cristiana: un que me quiten lo bailado, antes de sumergirse en la Cuaresma. 

Soporté una cola enorme para comprar un roscón de Reyes en La Suiza, había cola en mi librería habitual, colas en las marisquerías y en las tiendas de delicatessen. Bilbao era una yuxtaposición de colas la víspera de Reyes. Admiré el desaforado afán de consumo de un pueblo que vota tanto a Podemos en el mismísimo umbral de la pobreza. Luego reparé en que ese era precisamente el signo de que había comenzado la Revolución. En todo proceso revolucionario, lo que más le gusta al pueblo es hacer colas aunque dentro de las tiendas no haya género. «Sólo el que ha vivido antes de la Revolución sabe lo que es la alegría de vivir», lo dijo Talleyrand.


La Adoración de los Reyes Magos;
 Girolamo de Santacroce (1480/85 - 1556)

lunes, 4 de enero de 2016

Las tres gracias (reinas magas) y un mamarracho

Por Federico Quevedo 

Fuente: El confidencial 

4/1/2016 



Nunca he entendido la obsesión de la izquierda -de una parte de la izquierda, no toda- por imponer un reverso laico de las fiestas y costumbres con origen cristiano -iba a decir religioso, pero todavía no les he visto inventarse una alternativa laica al Ramadán o al Yom Kippur-. Encuentro lógico que desde su perspectiva de negación del hecho religioso -la religión es el ‘opio del pueblo’, escribiría Marx-, prohíban -en el caso de las dictaduras de izquierdas- o, simplemente, renuncien a celebrar las fiestas relacionadas con la religión.

Eso sería, si me apuran, lo más coherente, aunque en mi opinión incluso siendo de izquierdas (o no siéndolo, pero considerándose uno mismo ateo o agnóstico), las tradiciones y las costumbres trascienden los sentimientos personales e, incluso, colectivos, y deben respetarse. Siempre había sido así. En este país ha gobernado una izquierda sensata muchos años, y lo sigue haciendo en muchas partes, y se han respetado esas costumbres que tienen su origen en la tradición cristiana, porque, de hecho, en muchos casos han superado la cuestión religiosa y se han convertido en un escaparate que atrae visitantes de todo tipo, como ocurre con las procesiones de Semana Santa.

Aun así, siempre había algún cretino que felicitaba el solsticio de invierno para hacerse notar, pero eran los menos. Hasta ahora. De pronto, el país se ha llenado de cretinos que felicitan el solsticio de invierno pero que luego no se acuerdan de felicitar el de primavera, verano u otoño. ¿Y por qué el de invierno sí? Ah, porque coincide con la Navidad y hay que hacer el idiota celebrando algo que no sea lo que realmente se celebra en Navidad, o sea, el nacimiento de Cristo. ¡Pues no celebre usted nada, y punto! Aproveche el día de fiesta para quedarse en la cama durmiendo o haciendo lo que le venga en gana, pero no pretenda convertir la Navidad en lo que no es, entre otras cosas porque entonces la fiesta tendría que celebrarse unos días antes y no el 25, y no tiene razón de ser celebrar el paso del otoño al invierno y no hacer lo mismo con las otras estaciones del año.

¿Qué sentido tiene hacer comuniones laicas, bautizos laicos y procesiones laicas de Semana Santa? Tengan ustedes la sensatez y la coherencia y, por qué no decirlo, la valentía suficientes para explicarles a sus hijos que no se pueden vestir de marineritos como sus compañeros de colegio para recibir la Primera Comunión porque, sencillamente, ustedes no se creen eso. Pero no.

Había una cierta expectación ante la manera en que algunos de los principales ayuntamientos de España gobernados por la nueva izquierda podemita se iban a enfrentar a la celebración de la Navidad y, tengo que decirlo, no han defraudado. En el fondo de su empeño por dar protagonismo a este reverso laico tenebroso hay algo más que una cuestión de envidias o una mal entendida igualdad: hay una decidida ejecución de una estrategia orwelliana dirigida a acabar con la religión cristiana por su papel como soporte del individuo frente a la masa, y sustituirla por el laicismo como otra forma de religión en la que la masa sacrifica al individuo.
Y esto no ha hecho más que empezar. Estas navidades han sido algo así como un banco de pruebas de lo que nos espera en el futuro. En una de las cabalgatas de distrito de Madrid, uno de los Reyes Magos será interpretado por una mujer… No es que pase nada, que no pasa, pero los tres Reyes Magos eran hombres. Es como si en una función de teatro sobre la traición de Bruto a Julio César lo interpretara una bella damisela. No digo que no pueda, pero Julio César era un tío, y Baltasar, Melchor y Gaspar, también.

Pero no es una excepción… En ese futuro veremos por toda España cabalgatas de las Tres Reinas Magas del Nuevo Tiempo, llamadas Libertad, Igualdad y Fraternidad -ni siquiera Melchora, Gaspara y Baltasara, como en el cuento de Gloria Fuertes-, repartiendo condones en lugar de caramelos. “Papá, ¿qué es esto?”… “Un globo, hijo, un globo…”. En Valencia, gobernada por el cretino de Joan Ribó -cretino, sí, porque la idea solo se le puede ocurrir a un cretino o a un mamarracho-, ya lo han hecho como anticipo de la Cabalgata de Reyes. Lo de los condones no, pero ya vendrá.

Oiga, señor Ribó, si no le gusta la Navidad, no la celebre. Y si no le gusta la Cabalgata de Reyes, no la haga, y deje que sean los vecinos y los comerciantes los que la organicen, que en Valencia de eso se sabe mucho. Pero no engañe a los niños con una mentira: tres tipas gordas y feas disfrazadas de pastel de merengue no pueden despertar en un niño la ilusión que sí logran despertar esos tres personajes que desde hace 2.000 años llegan cada 5 de enero por la noche y entran sigilosamente en las casas para dejar sus regalos. 



Joan Ribó recibe a las reinas magas republicanas en el Ayuntamiento de Valencia.
Fuente de la imagen: Diario El Mundo / BIEL ALIÑO

Una historia de España (LVI)

Por Arturo Pérez-Reverte 

Fuente: XL Semanal 

3/1/2016 



La primera república española, aquel ensayo de libertad convertido en disparate en manos de políticos desvergonzados y pueblo inculto e irresponsable, se había ido al carajo en 1874. La decepción de las capas populares al ver sus esperanzas frustradas, el extremismo de unos dirigentes y el miedo a la revolución de otros, el desorden social que puso a toda España patas arriba y alarmó a la gente de poder y dinero, liquidó de modo grotesco el breve experimento. Todo eso puso al país a punto de caramelo para una etapa de letargo social, en la que la peña no quería sino calma y pocos sobresaltos, sopitas y buen caldo, sin importar el precio en libertades que hubiera que pagar por ello. Se renunció así a muchas cosas importantes, y España (de momento con una dictadura post revolucionaria encomendada al siempre oportunista general Serrano) se instaló en una especie de limbo idiota, aplazando reformas y ambiciones necesarias. Sin aprender, y eso fue lo más grave, un pimiento de los terribles síntomas que con las revoluciones cantonales y los desórdenes republicanos habían quedado patentes. El mundo cambiaba y los desposeídos abrían los ojos. Allí donde la instrucción y los libros despertaban conciencias, la resignación de los parias de la tierra daba paso a la reivindicación y la lucha. Cinco años antes había aparecido una institución inexistente hasta entonces: la Asociación Internacional de Trabajadores. Y había españoles en ella. Como en otros países europeos, una pujante burguesía seguía formándose al socaire del inevitable progreso económico e industrial; y también, de modo paralelo, obreros que se pasaban unos a otros libros e ideas iban organizándose, todavía de modo rudimentario, para mejorar su condición en fábricas y talleres, aunque el campo aún quedaba lejos. Dicho en plan simple, dos tendencias de izquierdas se manifestaban ya: el socialismo, que pretendía lograr sus reivindicaciones sociales por medios pacíficos, y el anarquismo -«Ni dios, ni patria, ni rey»-, que creía que el pistoletazo y la dinamita eran los únicos medios eficaces para limpiar la podredumbre de la sociedad burguesa. Así, la palabra anarquista se convirtió en sinónimo de lo que hoy llamamos terrorista, y en las siguientes décadas los anarquistas protagonizaron sonados y sangrientos episodios a base de mucho bang-bang y mucho pumba-pumba, que ocupaban titulares de periódicos, alarmaban a los gobiernos y suscitaban una feroz represión policial. Detalle importante, por cierto, era que el auge burgués e industrial del momento estaba metiendo mucho dinero en las provincias vascas, Asturias y sobre todo en Cataluña, donde ciudades como Barcelona, Sabadell, Manresa y Tarrasa, con sus manufacturas textiles y su proximidad fronteriza con Europa, aumentaban la riqueza y empezaban a inspirar, como consecuencia, un sentimiento de prosperidad y superioridad respecto al resto de España; un ambiente que todavía no era separatista a lo moderno -1714 ya estaba muy lejos- pero sí partidario de un Estado descentralizado (la ocasión del Estado jacobino y fuerte a la francesa la habíamos perdido para siempre) y también industrial, capitalista y burgués, que era lo que en Europa pitaba. Sentimiento que, en vista del desparrame patrio, era por otra parte de lo más natural, porque Jesucristo dijo seamos hermanos, pero no primos. Nacían así, paset a paset, el catalanismo moderno y sus futuras consecuencias; muy bien pergeñado el paisaje, por cierto, en unas interesantes y premonitorias palabras del político catalán -hijo de hisendats, o sea, familia de abolengo y dinero- Prat de la Riba: «Dos Españas: la periférica, viva, dinámica, progresiva, y la central, burocrática, adormecida, yerma. La primera es la viva, la segunda la oficial». Todo eso, tan bien explicado ahí, ocurría en una España de oportunidades perdidas desde la guerra de la Independencia, donde los sucesivos gobiernos habían sido incapaces de situar la palabra nación en el ámbito del progreso común. Y mientras Gran Bretaña, Francia o Alemania desarrollaban sus mitos patrióticos en las escuelas, procurando que los maestros diesen espíritu cívico y solidario a los ciudadanos del futuro, la indiferencia española hacia el asunto educativo acarrearía con el tiempo gravísimas consecuencias: un ejército desacreditado, un pueblo desorientado e indiferente, una educación que seguía estando en buena parte en manos de la Iglesia Católica, y una gran confusión en torno a la palabra España, cuyo pasado, presente y futuro secuestraban sin complejos, manipulándolos, toda clase de trincones y sinvergüenzas.





domingo, 3 de enero de 2016

La palanca revolucionaria

Por Juan Van-Halen 

Fuente: ABC 

4/1/2015 




· Pablo Iglesias cree que los votos que tiene le bastan para ejercer de palanca revolucionaria y, al tiempo, de caballo de Troya en el seno del sistema para acabar con él. Ambiciona ocupar espacios no ya por la fuerza electoral, sino por el aprovechamiento de la debilidad del principal aspirante de la izquierda

No entendería que se pudiese haber sorprendido alguien cuando en la noche del pasado 20 de diciembre Pablo Iglesias apareció en las televisiones con ínfulas de mandatario asegurando que los 69 escaños conseguidos por su alianza de partidos populistas avalaban el final del sistema que conocemos, pronosticando un proceso constituyente y, en definitiva, propugnando un cambio revolucionario. Había condenado al baúl el disfraz socialdemócrata de su campaña electoral, desenterrando su leninismo.

Parece que la palanca hizo afirmar a Arquímedes: «Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo». El genial griego fue muy gráfico al encerrar en una frase las posibilidades de esa multiplicación de la fuerza. Una palanca revolucionaria es acaso lo que buscaba Pablo Iglesias ya en 2011 y es lo que creyó encontrar desde el primer momento en las urnas del 20 de diciembre.

Para entender los anuncios del líder de Podemos en la noche electoral hay que partir de la evidencia de que se deben a un político que no es demócrata. No le afecta que el PP cuente con mayoría absoluta en el Senado, que la suma del PP, PSOE y C’s suponga 251 escaños, una amplísima mayoría, en la Cámara Baja, y que esas tres fuerzas políticas no sean revolucionarias, ni quieran un proceso constituyente ni apetezcan empezar de cero borrando del mapa la Transición y lo que representó para España. Los escaños de los diferentes sumandos de Podemos son para Iglesias una palanca que, con el punto de apoyo de las circunstancias, de ciertas ambiciones personales o, adicionalmente en el caso de Sánchez, de una lucha por la supervivencia política, adquiere una multiplicación de la fuerza que realmente representa.

Iglesias cree que los votos que tiene le bastan para ejercer de palanca revolucionaria y, al tiempo, de caballo de Troya en el seno del sistema para acabar con él. Ambiciona ocupar espacios no ya por la fuerza electoral, sino por el aprovechamiento de la debilidad del principal aspirante de la izquierda. Esgrimiendo los viejos resabios del leninismo, el líder de Podemos quiere cambiar el sistema y en una fase inicial con el acompañamiento, proclamado o secreto, de un partido que lleva la «E» de español en su nombre y que durante su larga historia ha huido de las incertidumbres sobre la unidad nacional, al menos hasta que Zapatero le cambió el paso desde un liderazgo endeble en principios y una notable desorientación política deslizada al radicalismo.

Podemos, emergente en las elecciones europeas, fortalecido en las municipales y autonómicas y más en las generales, no tiene otro objetivo que ser necesario a un socialismo en su peor momento para llegar a sustituirlo como referencia de la izquierda. No es sino la constatación de una entrega anunciada. Podemos y sus franquicias recibieron en mayo de 2014 la dádiva de importantes ayuntamientos y la entrada en el poder autonómico por la irresponsable decisión de Sánchez de encubrir los peores resultados de la historia socialista atendiendo a intereses de partido y no a intereses generales.

Iglesias durante su campaña del 20 de diciembre se apuntó como victorias propias las que, sin apoyos electorales suficientes, obtuvo gracias a las estrategias de Ferraz. En donde más descendió el voto socialista fue precisamente en aquellas circunscripciones en las que regaló gobiernos municipales a Podemos. La significativa bajada de votos del PP lo fue desde su techo electoral más alto, el de 2011, mientras que la importante pérdida de votos del PSOE se produjo desde su suelo hasta entonces más bajo, también el de 2011. El PP gobernando y el PSOE en la oposición y sin haber apoyado al Gobierno en ninguna iniciativa importante durante la pasada legislatura.

Cuando Iglesias anunciaba sus exigencias revolucionarias era consciente de la debilidad del PSOE, de la falta de altura de miras de Sánchez, y de que este, inconstante, al igual que se desdijo tras las elecciones municipales de su afirmación previa de que no pactaría nunca con populismos, podría repetir la jugada y esta vez en dimensión nacional. Sánchez había anunciado que si recibía un solo voto menos que el PP sería un gran fracaso personal. Lo olvidó. Escribo cuando no se ha avanzado en un pacto de gobernabilidad. Resultaría inquietante que ningún histórico dirigente socialista, y tampoco Susana Díaz, fuesen capaces de reconducir a Sánchez hacia la sensatez. Admitir el abrazo del oso supondría que el partido de Iglesias fagocitaría al socialismo, que en próximas elecciones podría convertirse en una formación irrelevante.

Este atípico profesor de Ciencia Política, Pablo Iglesias, que confunde el título de la principal obra de Kant, atribuye a Churchill una frase de Ronald Coase y es todo menos riguroso, exigió en la noche electoral un profundo cambio constitucional y posibilitar una consulta soberanista en Cataluña, pero para ello habría que aplicar el artículo 168, apartados 1,2 y 3, de la Carta Magna, ya que la reforma afectaría al Título Preliminar. Se precisaría una mayoría de dos tercios del Congreso y del Senado, disolución inmediata de las Cámaras, elecciones generales, nueva aprobación por mayoría de dos tercios de las Cortes resultantes y referéndum para la ratificación de la reforma. Con la actual conformación de las Cámaras la reforma que sueñan Iglesias y sus amigos independentistas es imposible.

Iglesias obviamente conoce ese procedimiento constitucional, pero lo que ambiciona no es la legalidad sino un atajo revolucionario que es inviable. Aunque Iglesias quisiera que España fuese Venezuela, por fortuna no lo es. No me sorprende que un leninista crea en la revolución. Iglesias dejó escrito sobre aquel tiempo del 15-M que «los comunistas nunca ganarán en unas elecciones en momentos de normalidad; sólo lo pueden hacer en momentos de excepcionalidad como los que vivía España […], la crisis hace saltar los conceptos existentes». Y aclaraba: «Para que un golpista como Chávez gane unas elecciones tienen que haber saltado los consensos sobre los significados básicos». Esos «consensos sobre los significados básicos» son los que se quiere hacer saltar no ya con votos, sino con audacia desde la debilidad de otros. Aplicando sobre el sistema la palanca de la revolución.

Sin respuestas válidas, sin credibilidad ni circulación europeas, sólo con apuestas demagógicas y reclamos efectistas en muchos casos inaplicables, este neoleninismo de Podemos y sus franquicias ha recibido más de cinco millones de votos. Para entender este fenómeno recomiendo la lectura de «¿Podemos? Un viaje de la nada hacia el poder», de Ramón Tamames, a mi juicio la más documentada y profunda reflexión sobre aquel viejo sueño comunista de asaltar los cielos, resucitado con sorprendente éxito por Iglesias y los suyos. Dudo mucho que Pedro Sánchez haya leído este libro. Debería.



¿Podemos? Un viaje de la nada hacia el poder
Autor: Ramón Tamames

Juan Van-Halen Acedo (Madrid, 1944)
Escritor, historiador, periodista y político.