Por Carlos Herrera
Fuente: ABC
Fecha: 24/6/2016
EL diseño no era malo: una grabación demuestra que el Gobierno conspira contra diversos demócratas sueltos a izquierda y derecha del referéndum, un airado candidato llama a sus bases a enfrentarse al totalitarismo asombroso de la casta, la calle Génova se llena de velas encendidas en defensa de la democracia la noche de la jornada de reflexión… y al día siguiente el adelanto es un hecho. El adelanto al propio PP, no al PSOE. Hoy o quizá mañana aparecerá, tal vez, una segunda parte de la grabación delictiva que se realizó al ministro del Interior en su propio despacho: es previsible que resulte mediáticamente atractiva, aunque sustancialmente sea pobre, como el contenido de la primera entrega. Con ello, una aparición el mismo sábado del candidato de pelo largo al estilo de «merecemos un gobierno que no nos mienta» pondría las bases para un nuevo «Pásalo», ese del que tanto presumen ser sus creadores. Es pronto para saber si va a ser así, pero parece que, en esta ocasión, el operativo no va a ser tan sencillo.
Un magistrado nombrado por el Parlamento catalán, merced a gestiones policiales, pasa consulta ante el ministro de lo que antiguamente se llamaba «gobernación». Alguno de esos policías graba la conversación y la guarda. Dos años después y a cuatro días de las elecciones se la filtra al diario «Público», ejemplo de tantas cosas, después de que este se lo comunique a algunos miembros de Podemos. Bien. No existen las casualidades. Ustedes se preguntarán cuál es la razón para no haberlo filtrado poco antes de las elecciones pasadas, en el caso de que lo que quisiera es perjudicar al PP. Muy sencillo: aún no se había cabreado el interfecto, ya que el puesto a alcanzar todavía no estaba vacante. Hoy sí, y tal vez el filtrador no está entre los primeros candidatos, siendo miembros cercanos a Podemos los que le garantizan que, de formar gobierno, ese puesto será para él siempre que filtre la grabación.
El diario edita convenientemente las conversaciones de manera que parezcan un escándalo –incluida la segunda parte pendiente de publicación que habrá de aparecer hoy o mañana, en el caso de que no se reconsidere por parte de los Roures y compañía–, y la agitación hace el resto del trabajo.
El rasgamiento de vestiduras, especialidad virtuosa del nacionalismo desde la noche de los tiempos, ha llegado a la cima merced a la representación puesta en marcha por el conglomerado independentista catalán y por los tontos colaboracionistas de siempre. Han llegado, incluso, a calificar a las autoridades de Interior como «conspiradores antiindependentistas», cuando lo único que conspira, en puridad, es el independentismo y lo hace contra el orden y la ley establecidos.
Todos los que se «estremecen» con lamentos cursis y amanerados por el hecho de que el Estado utilice sus estructuras para defenderse de quienes quieren destruirlo deberían reconocer que, ante enemigos que manipulan y horadan a diario la estabilidad de un país, el Gobierno tiene derecho a buscar entre los enemigos cualquier atisbo de irregularidad. Déjense de ser los tontos útiles del nacionalismo independentista: ¿o se creen ustedes que Rubalcaba no mantenía reuniones de este jaez en su despacho?
¿He dicho Rubalcaba? Vaya, ya he cerrado el círculo. Muy probablemente a él no le hubieran podido grabar cuatro policías conversaciones en su despacho. Pero a esta cúpula ministerial, algo más inocente que la anterior, sí, y de nuevo han estado a punto de organizarle una noche semejante a la previa del 14-M. Primero se insinúa, como hizo ayer el «líder emergente», que no está garantizada la limpieza de los recuentos electorales y luego se moviliza a los jóvenes gudaris mediante el «pásalo» correspondiente. Y así.
Pásalo otra vez, colega.
Carlos Herrera Crusset (Almería, 1957)
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