Por Javier Somalo
Fuente: Libertad Digital
Fecha: 1/10/2016
Saltándonos, por no entrar en detalles, la "interrupción" del 23-F, no teníamos precedente de una investidura fallida hasta que, al poco tiempo, llegó la segunda. Ahora ya hay doblete inédito… pero camino de triplete. Tampoco había precedente de fracasos electorales tan estrepitosos ni de tan millonarias pérdidas de votos en los partidos de mayorías absolutas. Y lo que más se acerca a la voladura interna de un partido como la que vive el PSOE podría ser el desguace de la UCD, pero los tiempos y las circunstancias eran distintos y la formación de Suárez no era tanto partido como el PSOE, del que ya se empiezan a generalizar injustificadas loas. Parece como si todo lo que está sucediendo en España fuera novedad.
Coincido con lo que dijo el viernes Joaquín Leguina en el informativo de Juan Pablo Polvorinos: que el precedente de casi todo es José Luis Rodríguez Zapatero, excepción a esa regla de que alguien vendrá que bueno te hará. Aquello fue realmente insuperable.
Con Zapatero se abrió la barra libre del separatismo, fruto de una apuesta con Pascual Maragall. Con Zapatero se resucitó a una ETA sin pulso que ahora no necesita entregarse porque robó el poder a los que la persiguieron y quedaron vivos. Con Zapatero conocimos, además de la rendición, la deserción hipócrita en unos campos de batalla y la incursión en otros que sí le parecieron justos –aprendió de los bombardeos de Solana y de la guerra de 1991 en el Golfo– porque era él quien decidía en qué consistía la PAZ, esa que le llevó en volandas al infame 13 de marzo de 2004, morgue de la Transición española. Con él sufrimos el despilfarro público bautizado como "gasto social", el arado de las cunetas de la Guerra Civil, la persecución a la libertad en todos sus órdenes, el adoctrinamiento como asignatura o la discusión del "término" nación. Y todo bajo aquel famoso talante desnudo, desprovisto de cualidad, ni bueno ni malo. Sólo talante.
Con Zapatero se institucionalizó el analfabetismo funcional, la inepcia como activo para acceder a cargo público, los "cónyugues inclusos" y "acontecimientos planetarios" de Leire Pajín o el dinero público que "no es de nadie" de Carmen Calvo o las zapatillas Kelly Finders y las "soluciones habitacionales" de María Antonia Trujillo, detalles que ya no recordamos lo suficiente cuando nos escandaliza la carmenada del día. Simples anécdotas al lado del despotismo de show room de la vicepresidenta De la Vega que sometía al Constitucional en medio de un desfile o las maniobras paraestatales de Rubalcaba o las conexiones telefónicas de Camacho, su secretario de Estado, con etarras agraciados por salvoconductos.
Zapatero, es verdad, contigo empezó todo. También porque el PP te heredó y renunció a enmendar lo peor de tu legado. Ahora el PSOE –y España entera, claro– asume todos y cada uno de aquellos desastres transfigurados en un tal Pedro Sánchez que ni siquiera consiguió ser Schz, algo que sí logró ZP. Hablando de Frankenstein, Pedro Sánchez ha conseguido aunar en su persona lo peor de cada momento: la estulticia, la soberbia, la nada solemne –bobo, dijo Rajoy– y la irresponsabilidad nacional que hunde al PSOE, asido al PP y a España.
Rául Vilas lo advirtió en una reunión de redacción: ahora todo serán elogios. Y es verdad. El PSOE aprovechará su crisis mirando al PP y a las urnas, cantando las glorias de un partido viejo, sólido, nacional y honrado frente a la corrupción del marianismo, tan condenable como inferior al latrocinio orgánico y hereditario de ERES, cursos fantasma, adjudicaciones, subvenciones y otras hierbas que vertebran España –ya es lo único–de norte a sur. Por eso Libertad Digital volverá a refrescar la memoria del PSOE, para contrarrestar ese tsunami de elogios que ya amenaza con anegar su historia real y tantísimas sombras. Las del PSOE colaboracionista. Las del PSOE golpista por más que el 1934 real se haya convertido en el 1984 de Orwell, volatilizado en una presunta guerra espontánea surgida en el 36. Las del PSOE violento que marcaba a diputados –Calvo Sotelo– luego asesinados y que hoy no merecen calle por ser franquistas antes que Franco. El PSOE revanchista y fratricida contra quien, como Julián Besteiro, discutió su bolvechización. El PSOE autor de unas frases tan fundacionales como que las pronunció Pablo Iglesias Posse:
"Mi partido está en la legalidad mientras ésta le permita adquirir lo que necesita; fuera cuando ella no le permita alcanzar sus aspiraciones".
"… hemos llegado al extremo de considerar que antes de que Su Señoría [Antonio Maura] suba al Poder debemos ir hasta el atentado personal".
No, no eran tuits que se puedan escribir y borrar. Figuran en los Diarios de Sesiones de las Cortes. Sin tapujos, sin adornos, como augurios o algo más: como anuncios.
Pero es el PP el que ha de condenar el franquismo. El PP es el más corrupto y el más franquista porque no quiso recoger el guante de Zapatero. Así quedó saldada la concordia construida hasta con la ayuda de Santiago Carrillo, hecha añicos por los socialistas. Esa renuncia a la defensa propia –no del partido sino de su base–, ese complejo innato de la derecha también lo supo aprovechar como nadie Zapatero. Y el PP calló.
Más cerca en el tiempo, encontraremos al PSOE que luchó contra ETA y murió en el intento, traicionado también por el PSOE del "diálogo". El de las luces y los apagones, el sacrificio y las trampas, el sufrimiento de los años de plomo y la guerra sucia, el de los langostinos en el sur y la vocación en La Coruña o el País Vasco. El PSOE de 1982, desaparecido en el antifranquismo pero crecido contra Suárez porque la legalización del PCE podía restarle votos (ni uno perdió), el PSOE del Rey "de cartón piedra", el de la Vicepresidencia del Gobierno Armada, contragolpista de diseño. En definitiva, el PSOE de Felipe González, capaz de luchar corajudamente contra el chavismo en Caracas mientras lo patrocina en Bogotá sin dejar de fumar habanos en Tropicana.
Cuesta enmendar al PSOE si se piensa en algunos socialistas igual que se hace difícil sacudir al PP si se tiene cierta memoria. Pero la política, el partido y la militancia no pueden jamás soslayar al ciudadano, verlo como un voto, despreciado e insultado si no es propio o incondicional. Esa actitud autoritaria es la que obliga a la enmienda total para evitar ventajismos en este largo año sin gobierno y para no caer en la trampa de la catarsis según la cual, muerto Sánchez, el PSOE fue siempre ejemplar. Hay socialistas buenos pero será porque no se parecen a la historia de su partido o porque se han enfrentado a ella con honradez.
Este PSOE –y el PP y España si no se remedia– quedó condenado por Zapatero. Pero en su agonía, y a costa de Sánchez, no ha de hacerse un balance positivo del partido. El resurgimiento, si llega y se acompaña de regeneración, será digno de aplauso pero no podrá crecer sobre mentiras.
Javier Somalo
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