Por Hipatia de Alejandría
1/2/2015
La muchacha debía tener unos veinte años. Su aspecto no tenía nada especial. Era una de tantas jóvenes que forman parte del paisaje que vemos a diario.
Por pura casualidad pudimos escuchar lo que dijo: "No me fío de la gente que no tiene Facebook; seguro que tiene algo que ocultar", -sentenció-.
Tomamos aire, sonreímos y nos quedamos estupefactos. La frase, que difícilmente habría podido ser más redonda, revelaba una abundante combinación de inmadurez e idiotez.
Si carecer de Facebook nos hiciera sospechosos de algo, este mundo estaría un poco más loco de lo que ya está. Por otro lado, creer que tener una cuenta en Facebook implica no poder tener nada personal que salvaguardar de miradas ajenas, es una memez.
Me temo que si hubiera ocasión de escuchar más comentarios de la chica, hallaríamos alguna muestra más de desvarío mental.
La estupidez es una carga pesada. Algunos la llevan consigo durante toda la vida. Desde temprana edad se apuntan maneras.
Siempre creí que los bobos son menos bobos cuando están callados. Tal vez eso es lo que le falló a la chica: mantener la boca cerrada.
La juventud, tan adulada por la sociedad, tiene a veces estas cosas. La vida es -debería ser- un camino que nos acercase a la sabiduría y nos alejase de a estupidez. Esta carrera no siempre se recorre en la dirección correcta, y a veces, la inmadurez nos adorna durante toda la vida.
La actriz y vedette española Lina Morgan hizo reir a millones de españoles con el papel de la "tonta de bote". No se porqué el comentario de la muchacha trajo a mi memoria a este personaje.
Este nombre - el del tonto de bote-, surgió de un episodio que nos recuerda don Pancracio Celdrán en su Inventario General de Insultos:
"Tonto del bote: Es otro tonto de implantación y raigambre. Junto al de Coria, Abundio y Perico el de los Palotes,
está entre los más populares: todos ellos llevaban uvas de postre a la vendimia. El del bote se hizo famoso
en Madrid a mediados del siglo XIX. Era un mendigo muy simple que recogía limosna en un bote en la
puerta de San Antonio del Prado. En este menester estaba cuando un toro escapado de la plaza, cuando el
coso estaba en la calle de Alcalá, se le plantó delante, se paró ante el pordiosero, que permanecía inmóvil,
como si no fuera con él la cosa, ajeno al peligro que evidentemente estaba corriendo. El toro lo olfateó,
dio un bufido y siguió Prado abajo en loca carrera. Todo Madrid comentó el suceso, y un testigo ocular
aseguró que el tonto le había pedido limosna al astado. Saltó la noticia a las páginas de los periódicos
haciendo célebre a su protagonista, a quien inmortalizaron con la dudosa fama del "tonto del bote", por
cuyo nombre aún lo conocemos."
No presagia nada bueno escuchar a jóvenes decir sandeces. Uno se malicia que tras ella hay un tonto de verdad; con o sin bote, pero tonto de veras.
Seamos indulgentes con la chica y mantengamos viva la esperanza. Esperemos que algún día, en alguna librería o biblioteca, se de de bruces con un libro. Tal vez el Elogio de la locura, de Erasmo de Rotterdam - elogio de la estulticia o de la tontería-. Y lo lea. Y la haga pensar y entender cosas de la vida; y sobre todo, nunca más vaya por ahí diciendo gilipolleces.
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