Por Santiago González
Fuente: El Mundo
Fecha: 6/7/2016
Lo malo de los políticos de ahora es que están demasiado influidos por el cómic. El lehendakari del Gobierno vasco, un suponer, había tenido ensoñaciones sobre la entrega de las armas por parte de la banda terrorista. La cosa no iba más allá de la fantasía de considerarse a sí mismo Julio César en la primera aventura de Astérix y creer que Josu ‘Ternera’ era Vercingétorix, depositando a sus pies todas las armas de los galos.
Era una fantasía, ya digo. Cada vez que hizo una insinuación en tal sentido, ETA la rechazaba con muy poco respeto. En diciembre de 2014 propuso Urkullu la creación de un comité vasco de desarme, ante el cual debería comprometerse la banda a dejar las armas, sin mediación del Gobierno de Rajoy, porque un proceso acordado con el Gobierno español, decía entonces, «no podía salir bien». El plan no podría salir bien porque ETA era más partidaria de entregarle la ferralla a la Guardia Civil, un enemigo a su altura, que al Gobierno vasco, a quien entonces pretendía disputar los derechos de primogenitura del nacionalismo vasco.
Año y medio después, Iñigo Urkullu pide pasos a Rajoy y a ETA, en un plan de negociación para posibilitar la investidura de Rajoy. Exige al primero que en el plazo de un año ceda la competencia de prisiones y acabar con la dispersión de los presos y a la banda que se disuelva. En este punto habría que aclarar que si la competencia de prisiones no está en manos del Gobierno vasco es porque éste no ha querido, o, por decirlo en un lenguaje más adecuado, porque no pusieron el interés que el caso requería.
Muy probablemente porque reclamar la transferencia mientras ETA seguía matando gente era una cuestión muy comprometida y pensaron entonces que era preferible dejarlo correr. De otra forma no es comprensible que la Generalidad de Cataluña tenga la competencia transferida desde 1995, hace nada menos que 31 años.
No parece que el lehendakari Urkullu sea el más indicado para impartir doctrina sobre la eficacia a la hora del desarme de una banda terrorista después de haber avalado el esperpento representado por la banda terrorista y los mediadores internacionales, si es que a ustedes les suena el nombre de Manikkalingam, un líder natural en las artes de la mediación. En febrero de 2014, este hombre y sus compañeros vinieron a verificar el desarme de la banda, mediante el sellado de su armamento. Como en su día escribió Florencio Domínguez, lo difícil era armarse. La historia de las organizaciones terroristas demuestra la facilidad del desarme sin mediación alguna, cuando hay un poco de voluntad.
Manikkalingam y los suyos no eran en realidad verificadores, sino notarios de Urkullu: se limitaron a dar fe de lo que ETA afirmaba: les enseñaron unas pocas armas que no les dejaron examinar, las metieron en una caja de cartón que sellaron con cinta de embalar y se la llevaron. Por otra parte, ni el lehendakari ni el nacionalismo en su conjunto necesitan verificación. Con que ETA se autoverifique a ellos ya les vale. Qué larga está resultando esta pamema.
Santiago González Díez (Burgos, 1950)
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