Por Jon Juaristi
Fuente: ABC
Fecha: 3/7/2016
Los viejos topos de la Historia no son astutos, salvo los de Pontevedra
En la consternación de la semana posterior a su derrota, los residuos sólidos del comunismo español han tocado todos los palos posibles: el del pucherazo, el del amor traicionado y el de las purgas necesarias. Alguno, más leído, ha hablado de temporalidades, de revolución paciente y de la astucia del viejo topo de la historia. Al viejo topo de la historia se refirió Marx en su panfleto antibonapartista de 1852, El 18 Brumario de Luis Napoleón, pero sin atribuirle astucia. Marx tomaba la imagen del topo (la mitad de su metáfora) de Hamlet, cuyo protagonista llama así al fantasma de su padre, que va hundiéndose en la tierra mientras exige del tortuoso príncipe de Dinamarca que jure vengarle. Hamlet no llama topo al espectro porque lo crea astuto, sino porque no deja de perforar el subsuelo (hasta el infierno, se supone). Los topos no son astutos, sólo cegatos e impulsivos.
Esa tontería del viejo topo me ha traído a la memoria uno de los chistes bilbaínos más viejos de la historia, tanto por viejo como por topo. Es, como los viejos chistes de la Bilbao liberal, un chiste a expensas de los campesinos carlistas. Pachi (o Chomín), estereotipo cómico del aldeano, logra capturar al topo que le ha estado destrozando el patatal. Para celebrarlo, paga una ronda a los amigos en la taberna del pueblo. Uno de ellos le pregunta: «Y al topo, ¿qué le has hecho pues?». Y Pachi contesta: «Primero pensé en echarlo en aseite hirviendo, pero poco castigo me paresía pa lo que se merese. Así que ¡lo he enterrao vivo!».
Inevitablemente, el chiste me ha llevado a pensar en Pedro Sánchez y en su firme decisión de votar no a la investidura de Rajoy. También en Rivera, aunque su estolidez sea de segundo grado: quiere parecer más enemigo de la corrupción que los del PSOE, y de ahí que mantenga su veto personal a Rajoy, por más que se condene así al aislamiento y despierte las iras de quienes se han jugado su prestigio al apoyar por segunda vez a Ciudadanos, como mis amigos Espada, Azúa y Pericay.
Rivera es un inquisidor, según perfectamente lo definió Rajoy. Lo de Sánchez resulta más grave. Que el segundo partido de España tenga al frente a un tipo que razona como el aldeano del chiste me parece terrible. Veamos: Pedro Sánchez, y con él todos los diputados de su grupo, votarán no a la investidura de Mariano Rajoy para impedir que gobierne. Pero si Mariano Rajoy no fuera investido a causa de los votos negativos del PSOE, sumados a los de los residuos sólidos y de los regeneracionistas incorruptibles, ¿quién gobernaría España? La respuesta es muy sencilla: Mariano Rajoy, el topo enterrado vivo. Por lo menos, hasta unos nuevos comicios en los que, previsiblemente, el PSOE conseguiría llegar al nivel alcanzado el pasado domingo por Unidos Podemos, estos al de Ciudadanos, y Rivera y sus muchachos al de UPyD.
Rajoy debe de estar bailando jubilosas muñeiras. Su mayor problema, de aquí a la investidura, será tratar de que Sánchez no se eche atrás y acabe cediendo a los que, en su partido, le imploran que opte por la abstención generosa. Por eso insiste tanto el presidente en el argumento de que hay que dejar gobernar al partido más votado y en su oferta de la gran coalición constitucionalista. Es decir, en las dos murgas que tanto furor labriego despiertan en Pedro Sánchez. Qué cuco, qué astuto el topo Mariano, más listo que el de Le Carré. De rebote, mantendría a Rivera y a sus huestes prisioneros de sus escrupulillos de damas por la decencia y las buenas costumbres. En fin, que, con suerte, esta vez no tendrá ni que negarse a afrontar el trago de la investidura. Qué grandiosa perspectiva, la de todo un otoño para descansar.
Jon Juaristi Linacero (Bilbao, 1951)
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