Por Félix de Azúa
Fuente: El País
15/9/2013
Eva Vázquez
No debía de ser fácil, en la Sevilla de 1547, venir considerado como descendiente de un judío que ha abrazado el cristianismo con la intención de sobrevivir o medrar en sociedad. Los conversos, los célebres criptojudíos del barroco español, fueron en buena medida los artífices de nuestra mejor cultura. Debieron formar una élite consciente de su valía y quizás con razón se consideraban superiores a los cabestros que mandaban entonces y que les hacían la vida imposible. Es, en todo caso, asunto muy disputado. Sus defensores, el histórico Américo Castro y el actual Juan Goytisolo, tienen sus contradictores, pero los argumentos a favor de un numeroso grupo de intelectuales y escritores de ascendencia judía son sólidos.
Tal era la condición de uno de los más grandes escritores españoles, Mateo Alemán, y no el mejor conocido. Hijo de un cirujano de la Cárcel Real de Sevilla (oficio en sí mismo frecuente entre los judíos), se discute sobre quiénes fueron sus antepasados, pero la extraordinaria edición de Luis Gómez Canseco no duda ni un segundo: Mateo vendría de aquella estirpe cuyo más famoso ancestro fue un “Alemán Pocasangre, el de los muchos fijos Alemanes”, según lo documenta un escrito de los conversos sevillanos que protestaban contra los abusos de la Inquisición. El abuelo Pocasangre fue quemado en la hoguera en 1497 por tan santa institución.
A pesar de las hogueras antropófagas, aquellos muchos hijos siguieron generando Alemanes hasta que en 1547 naciera Mateo. Su vida, azarosa, a veces incomprensible, en buena medida desconocida, le daría para entrar dos veces en la cárcel por deudas, en 1580 y 1601, casar con Catalina Espinosa como pago de otra deuda (aunque en esta ocasión contraída por su madre), presentar un estremecedor informe sobre la situación de los forzados en las minas de Almadén que no le facilitó las cosas (las minas eran propiedad de la Corona y de los Fugger), y escribir la más grande novela de la literatura española anterior al Quijote. Y es que, por si cupiera alguna duda, fue Cervantes quien leyó y se inspiró en el Guzmán de Alfarache y no al revés.
Su densa y agobiada vida, siempre encerrada en el laberinto de las deudas, le empujó finalmente a pedir permiso para emigrar a México. Asunto peliagudo porque aquellos permisos los entregaba según le venía en gana un Pedro de Ledesma, secretario del Consejo de Indias, y como suele ser hábito en España entre las sabandijas de despacho, cobraba y no poco. Mateo Alemán hubo de legarle una casa de su propiedad que tenía en Madrid y los derechos de la segunda parte del Guzmán de Alfarache. Hoy no se imagina uno a un novelista pagando un soborno fiscal con los derechos de autor, pero aquella era una época más elegante. Mateo logró salir de España en 1608 para no volver jamás.
¿Qué fue de él hasta su muerte, documentada en 1614? Poco se sabe. Escribió otra pieza fundamental, una Ortografía castellana de mucho interés por lo moderna y que le valió la acusación de erasmista, el elogio de su benefactor mexicano el arzobispo García Guerra con una muy bella oración fúnebre, la historia de san Ignacio de Loyola, alguna pieza más, y seguramente murió y está enterrado en México en algún lugar incierto. En Chalco, según el criterio de Enrique Miralles, otro de sus editores.
Algunos testigos de la época escribieron que no logró escapar al laberinto de las deudas porque su entierro se pagó con dinero de la caridad pública. Es conmovedor, sobre todo cuando uno mira el estupendo retrato grabado por Pedro Perret en 1599, un cobre en el que nuestro autor se muestra noble y digno, a la romana, con imponente gola y sosteniendo un libro de Tácito. Su rostro es tan verídico que uno cree conocerle, pobre pretendido caballero. Parece escapado de un Greco, pero también de un Consejo de Ministros. Apena imaginarlo tratando con tanto ahínco de ennoblecer su ascendencia. Dos blasones fantasiosos esquinan el retrato.
La grandeza de la novela (o del Guzmán, como siempre se la ha conocido) no puede emprenderse en este corto espacio, aunque quizás baste con decir, como antes apunté, que influyó en Cervantes, si bien este amplió soberanamente la peripecia del pícaro y su ir y venir de desdicha en desdicha hasta convertirlo en el molde de la novela moderna. Desde su aparición, el libro del pícaro Guzmán tuvo un rotundo éxito internacional. Fue traducido a todas las lenguas cultas europeas y un poeta como Ben Jonson lo juzgó como “this Spanish Proteus”.
Pues bien, hete aquí que a comienzos del año en curso se editó la que no puede sino calificarse como modelo de erudición, cuidado y elegancia, la de Luis Gómez Canseco, en la soberbia colección de clásicos de la Real Academia Española, empresa extraordinaria, en parte financiada por La Caixa, lo que, francamente, tal y como están las cosas en aquella parte del país es muy de agradecer.
Esta es una joya para quienes la literatura tiene sorbido el seso y se debe leer con parsimonia y a lo largo de un año, pero debo advertir que me ha llevado exactamente nueve meses conseguirla. Si yo, pobre de mí, un obseso de los libros, he tardado ese tiempo en tocar con mis manos un ejemplar (1.160 páginas de finísimo tacto) gracias a una gran dama amiga mía que lo consiguió no sin esfuerzo, imagínense un lector cualquiera que simplemente quiera leer uno de los más grandes clásicos de la literatura española y monumento de la literatura europea.
¿Y por qué es tan difícil comprar los libros de esta colección? Pues porque el negocio de librería ya no es lo que era; y como todo el mundo puede suponer, un volumen de semejante envergadura con un título que apenas dice nada a quien no sea buen lector de literatura española, dura como mucho una semana en exposición y luego se devuelve. Seguramente el distribuidor solo pudo colocar tres o cuatro ejemplares en las grandes librerías, y eso con suerte.
Ahora bien, quien desee tener la colección sin pérdida ni retraso, volumen a volumen, puede apuntarse miembro del Círculo de Lectores, en cuyas listas figura toda la serie a medida que se va editando. Cumplida la obligación con los miembros del Círculo, Galaxia Gutenberg distribuye a los libreros otra cantidad de ejemplares. Por esta razón, o lo pillas según se expone o ya será muy difícil hacerte con él.
¿Podría mejorarse este punto? Creo que merecería la pena. No hay en la actualidad otra colección de clásicos que se la pueda comparar, excepto quizás la Biblioteca Castro, que edita muy bellos libros, pero sin aparato crítico. La colección de la Real Academia es, hoy por hoy, obligada en toda biblioteca educada. Siendo así que tenemos un Gobierno que detesta la cultura y trata de arruinarla, siempre lo podemos combatir comprando estos libros monumentales.
Retrato de Mateo Alemán (Fuente: wikipedia)
Grabado en cobre de Pedro Perret aparecido en la edición príncipe
del Guzmán de Alfarache, Madrid, Várez de Castro, 1599
Mateo Alemán: "Todos vivimos en asechanza los unos de los otros,
como el gato para el ratón y la araña para la culebra."
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