domingo, 4 de enero de 2015

Recuerdos

Por Jon Juaristi 

Fuente: ABC 

4/1/2015

Recuerdos de Año Nuevo. Fue hace trece años, pocos meses después del atentado contra las torres gemelas, y en el curso de una cena ofrecida en la Embajada de España en Damasco a hispanistas e hispanófilos sirios. Entre los discursos que se pronunciaron, destacó el de un profesor de medicina que me dedicó personalmente una selección de barbaridades antisemitas. Entre ellas, la que más de moda estaba entonces en los países islámicos, es decir, que los autores de los atentados de Nueva York habían sido los propios judíos, y que ni un solo judío había muerto en el World Trade Center, porque todos los judíos que allí trabajaban habían sido advertidos desde Israel de lo que se tramaba para el día 11 de septiembre. Añadió que él no era sirio, sino jordano, y ni siquiera musulmán, sino cristiano, pero, eso sí, un buen nacionalista árabe. A veces me pregunto qué habrá sido de semejante lumbrera en medio del fregado en curso. Y tengo que reprimirme para no hacer el chiste de lo de probar la propia medicina.
Me levanté de la mesa muy cabreado, dejándole con la palabra en la boca. Mi vecino de la izquierda salió conmigo de la sala. Resultó ser un profesor de filosofía, ya retirado, musulmán y además derviche. Me pidió que no confundiera a aquella bestia parda con todos los sirios, y añadió, en un clarísimo francés: «Musulmanes, cristianos, judíos… ¡pero si a Dios no le interesan las religiones…!».
Me habría encantado que todos los musulmanes fueran como aquel viejo profesor sufí, pero me temo que cada día que pasa quedan menos de esa pasta. Durante los años que han transcurrido desde entonces no nos ha llegado nada bueno de la Casa del Islam. Terrorismo e intolerancia. Exportan lo que les sobra, porque los fanáticos se hartan de asesinar compatriotas y correligionarios. Primero fueron los judíos: no quedan ya judíos en países islámicos, salvo en Túnez y –muy pocos- en Marruecos. Después, los cristianos. Veinte millones han tenido que emigrar de los territorios del antiguo imperio otomano desde las primeras guerras del Líbano, y siguen muriendo por miles a manos de asesinos islamistas en Nigeria, en Sudán, en Egipto, en Irak y en Siria. Y, como ya se les acaban, ahora van a por sus propios herejes: chiitas, yazidíes, lo que se tercie. Cuando no satanizan a estamentos enteros, como a los militares en Pakistán (los escolares asesinados en Peshawar eran hijos de militares en su mayoría) o a los herreros en Mauritania, según les dé.
Están enloquecidos, porque el odio religioso enloquece, cualquiera que sea la religión que lo propugne. Pero con el fanatismo islámico nuestros progresistas han sido excesivamente delicados y comprensivos, como aquel nacionalista árabe que me encontré en Damasco hace trece años cavando su tumba. Ahora que la metástasis del Estado Islámico llega hasta nuestras fronteras mediterráneas, los marroquíes se enfurruñan con los franceses y todo el flanco occidental se debilita. Pero eso sí, hace diez años, tras los atentados de los trenes en Madrid, alguien protestó airadamente desde Marruecos contra la caza del musulmán que se habría emprendido en varias ciudades españolas. ¿Lo recuerdan ustedes o les vuelvo a contar cómo pasó? Yo seguía entonces como director del Instituto Cervantes (en funciones).
Se me ocurrió escribir en este rincón que no había tenido noticia de linchamientos de musulmanes, y cuarenta antiguos lameculos que ya no se consideraban bajo mis órdenes, sino bajo las del nuevo señorito que les impusiera ZP, escribieron cartas a los periódicos poniéndome de racista e islamófobo para arriba. Y, por cierto, al autor del infundio le acabamos de dar el premio Cervantes 2014. Y Próspero Merimée.


Jon Juaristi (Bilbao, 1951)
Poeta, novelista, ensayista y traductor en euskera y castellano

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