domingo, 4 de enero de 2015

Robert Kaplan: El mapa de Europa y la venganza de la Geografía

Por Anaclet Pons 
Fuente: Clionauta: Blog de Historia
19/10/2012
Poco antes del verano de 2009, Robert D.Kaplan publicó en el número de mayo/junio de la revista Foreign Policy, para la que escribe habitualmente, un texto de titulado "The Revenge of Geography" (y de inmediato apareció la versión española). El ensayo, interesante y polémico, tuvo un amplio impacto en la red, con reacciones de todo tipo, hasta el punto de que su autor empezó a pensar, como suele ser habitual en estos casos, en transformarlo en un texto más amplio, en un libro. Pero Kaplan se tomó su tiempo y, en el interín, continuó escribiendo otros ensayos de semejante tenor, referidos a determinadas zonas del globo, particularmente sobre Europa, cuya crisis ha atraído con razón a un sinfín de comentaristas. El resultado de todo ello es The Revenge of Geography, volumen que ha editado Random y que será, a no dudarlo, uno de los bombazos del año (de pronta traducción castellana, además). Para abrir boca, ofrecemos (en versión libre, como siempre) el adelanto que presentó The National Interest el pasado julio:
La idea de Europa, en la mente de los occidentales de hoy en día, es un concepto intelectual -humanismo liberal con una base geográfica- que surgió a través de siglos de progreso material e intelectual, además de como reacción a los devastadores conflictos militares en anteriores épocas históricas. El último conflicto de este tipo fue la Segunda Guerra Mundial, que dio lugar a una decisión de fusionar elementos de la soberanía entre Estados democráticos con el fin de poner en marcha una tendencia pacificadora.
Por desgracia, esta gran narrativa está siendo asaltada ahora por las fuerzas subyacentes de la historia y la geografía. Las divisiones económicas que vemos hoy en la Unión Europea, que se manifiestan en la crisis de la deuda del continente y las presiones sobre el euro, tienen sus raíces, al menos parcialmente, en unas contradicciones que se extienden muy atrás en el pasado europeo y en su lucha existencial para lidiar con la realidad de su inmutable estructura geográfica. Este es el legado -un tanto determinista y rara vez reconocido- que Europa todavía tiene que superar y que, por tanto, requiere una descripción detallada.
En los años inmediatamente anteriores y posteriores a la caída del Muro de Berlín, los intelectuales celebraron el ideal de la Europa Central -Mitteleuropa- como un faro de relativa tolerancia multiétnica y de liberalismo dentro del imperio de los Habsburgo al que los contiguos Balcanes podían y debían aspirar. Pero mientras el corazón espiritual del Continente se encuentra en Mitteleuropa, el corazón político está ahora ligeramente hacia el noroeste, en lo que podríamos llamar la Europa de Carlomagno. La Europa de Carlomagno se inicia con los países del Benelux  y serpentea luego hacia el sur a lo largo de la frontera franco-alemana hasta las estribaciones de los Alpes. A saber, tenemos la Comisión Europea y la administración pública en Bruselas, el Tribunal está en La Haya, la ciudad del Tratado es Maastricht, el Parlamento Europeo reside en Estrasburgo, y así sucesivamente. Todos estos lugares conforman transversalmente una línea que va hacia el sur desde el Mar del Norte, “que formó la pieza central y la vía principal de comunicación de la monarquía carolingia”, observa el último estudioso de de la Europa moderna Tony Judt . El hecho de que este superestado europeo en ciernes de nuestra era se concentre en el núcleo medieval de Europa, con la capital de Carlomagno, Aquisgrán (Aix-la-Chapelle), aún en su mismo centro, no es casual. En ninguna parte del continente, la interconexión europea entre el mar y la  tierra es tan rica y profunda como a lo largo de la columna vertebral de la civilización del Viejo Mundo. En los Países Bajos está la apertura al gran océano, incluso aunque la entrada al Canal de la Mancha y una cadena de islas en Holanda formen una barrera protectora, dando a estos pequeños Estados ventajas desproporcionadas a su tamaño. Justo en la parte trasera de la costa del Mar del Norte hay una gran cantidad de ríos y cursos de agua protegidos, toda una promesa al comercio, al movimiento y al desarrollo político subsiguiente. El suelo de loess del noroeste de Europa es oscuro y productivo, y los bosques proporcionan una defensa natural. Por último, el clima frío entre el Mar del Norte y los Alpes, mucho más que el clima más cálido al sur de los Alpes, ha sido un reto lo bastante grande para estimular la determinación humana desde la Edad de Bronce tardía hacia adelante, con los francos, alamanes, sajones y frisios estableciéndose en la antigüedad tardía en la Galia, el antepaís alpino y las tierras bajas costeras. A su vez, este sería el campo de pruebas de Francia y el Sacro Imperio Romano en el siglo IX, así como de Borgoña, Lorena, Brabante y Frisia, además de ciudades-Estado como Tréveris y Lieja, todo lo  cual  desplazó colectivamente a Roma y fomentó las políticas que hoy impulsan la maquinaria de la Unión Europea.
Por supuesto, antes de todo lo anterior estaba Roma -y antes de Roma, Grecia. Ambas, según las bien escogidas palabras del estudioso de la Universidad de Chicago William H. McNeill, constituyen la antesala de lo “antiguamente civilizado”, que comenzaba en Egipto y Mesopotamia y se extendía desde allí, a través de la Creta minoica y de Anatolia, a la orilla norte del Mediterráneo. La civilización, como bien sabemos, se radicó en valles fluviales cálidos y protegidos como el Nilo y el Tigris-Eufrates, y luego continuó su migración hacia los climas relativamente suaves del Levante, Norte de África y las penínsulas griega e italiana, donde la vida era hospitalaria incluso con sólo una tecnología rudimentaria.
Pero a pesar de que la civilización europea tuvo su florecimiento inicial a lo largo del Mediterráneo, se siguió desarrollando, en épocas de más avanzadas tecnología y movilidad, más al norte, en climas más fríos. Roma se expandió hacia allí en las décadas anteriores al comienzo de la era cristiana, ofreciendo por primera vez orden político y seguridad interna desde los Cárpatos, al sureste, hasta el Atlántico, en el noroeste -esto es, en gran parte de Europa Central y de la región en torno al Mar del Norte y el Canal de la Mancha. Grandes y complejos asentamientos, llamados oppida por Julio César, surgieron a lo largo de este extenso,  boscoso y bien regado suelo negro del corazón de Europa, que sentó las bases para el surgimiento rudimentario de las ciudades medieval y moderna.
Al igual que la expansión romana dio una cierta estabilidad a las llamadas tribus bárbaras del norte de Europa, la ruptura de Roma daría lugar a través de los siglos a la formación de los pueblos y las naciones-Estado de lo que se convertiría en el Imperio de Carlomagno y la Mitteleuropa. Sin duda, el mundo de la Edad Media reemplazó al mundo de la antigüedad con la geografía de un Mediterráneo “reducido”, una vez que el norte de Europa se liberó de Roma. (La unidad mediterránea, por supuesto, quedó aún más destrozada por el empuje árabe a través del norte de África). En el siglo XI, el mapa de Europa ya tenía un aspecto moderno, con Francia y Polonia más o menos con sus formas actuales, el Sacro Imperio Romano con la apariencia de una Alemania unida y Bohemia -con Praga  en el centro- que presagiaba la República Checa. Así fue como la historia avanzó hacia el norte. Y esto es absolutamente esencial para nuestra económicamente atribulada época.
Las sociedades del Mediterráneo, a pesar de sus innovaciones políticas -la democracia ateniense y la república romana-, estaban por lo general definidas por su “tradicionalismo y rigidez”, en palabras del historiador y geógrafo francés Fernand  Braudel. La mala calidad de los suelos mediterráneos favoreció las grandes explotaciones, que estaban, forzosamente, bajo el control de los ricos. Y eso, a su vez, contribuyó a un orden social inflexible. Mientras tanto, en los claros de los bosques del norte de Europa, con sus suelos más ricos, creció una civilización más libre, anclada por las relaciones de poder informales de un feudalismo que sería capaz de sacar mejor provecho de la invención de los tipos móviles y de otras tecnologías futuras.
Por  determinista que pueda parecer la explicación de Braudel, funciona para explicar las corrientes generales del pasado europeo. Obviamente, la intervención humana en la persona de hombres como Jan Hus, Martín Lutero y Juan Calvino fue fundamental en la Reforma protestante y en la Ilustración, que permitirían la emergencia dinámica del norte de Europa como una de las cabezas de puente de la historia en la era moderna. Sin embargo, todo esto no habría sido posible sin el inmenso río y el acceso al mar y la tierra de loess, rica en depósitos de carbón y mineral de hierro, que sirvió de base para tal dinamismo individual y la industrialización. Imperios grandes, eclécticos y brillantes  florecieron sin duda a lo largo del Mediterráneo en la Edad Media -en particular el del normando Rogelio II en la Sicilia  del siglo XII  y, no lo olvidemos, el Renacimiento floreció por primera vez en Florencia a finales de la época medieval, con el arte de Miguel Ángel y el realismo secular de Maquiavelo. Pero fue la atracción del más frío Atlántico lo que abrió las rutas marítimas mundiales que finalmente se impusieron sobre el cerrado Mediterráneo. Aunque Portugal y España fueron los primeros beneficiarios de este comercio Atlántico -debido a su posición peninsular-, sus sociedades preilustradas, traumatizadas por la proximidad a (y por la ocupación de) los musulmanes del Norte de África, perdieron finalmente terreno en la competición oceánica ante los holandeses, franceses e ingleses.  Así como el Santo Imperio Romano de Carlomagno sucedió a Roma, en los tiempos modernos el norte de Europa sucedió al sur de Europa, con el núcleo carolingio, abundante en riquezas minerales,  imponiéndose en la forma de la Unión Europea. Todo esto se debe, en cierta medida, a la geografía.
El Mediterráneo medieval estaba dividido a su vez entre los francos al oeste y los bizantinos al este. Porque no son solo las divisiones entre el norte y el sur las que tanto definen y causan estragos en la Europa de hoy, sino también las que existen entre este y el oeste y, como veremos más adelante, entre el noroeste y el centro. Consideremos la posibilidad de la ruta migratoria del valle del Danubio,  que continúa hacia el este más allá de la Gran Llanura húngara, los Balcanes y el Mar Negro, siguiendo a través del Ponto y las estepas de Kazajstán hasta Mongolia y China. Este hecho geográfico, junto con el acceso llano y sin obstáculos a Rusia, más al norte, constituye la base de las oleadas de invasiones de los pueblos principalmente eslavos y turcos desde el Este, lo que, como sabemos, ha conformado en gran medida el destino político de Europa. Así como hay una Europa carolingia y una Europa mediterránea, hay también, a menudo como resultado de estas invasiones procedentes de Oriente, una Europa bizantino- otomana, una Europa prusiana y una Europa de los Habsburgo, todas las cuales son geográficamente distintas y resuenan hoy a través de patrones de desarrollo económico un tanto diferentes,  amén de que muchos otros factores puedan estar involucrados. Y estos variados patrones no se puede borrar simplemente mediante la creación de una moneda única.
De hecho, en el siglo IV dC, el Imperio Romano se dividió en dos mitades,  occidental y oriental. Roma fue la capital del Imperio de Occidente, mientras que Constantinopla  se convirtió en la capital de la parte oriental. El imperio occidental de Roma  dio paso al reino de Carlomagno  más al norte y al Vaticano -Europa occidental, en otras palabras. El imperio oriental de Bizancio estuvo poblado principalmente por cristianos ortodoxos de habla griega  y, más tarde, por musulmanes cuando los turcos otomanos, que migraban desde el este, tomaron Constantinopla  en 1453. La frontera entre estos imperios oriental y occidental corría por el centro de lo que después de la Primera Guerra Mundial se convirtió en el estado multiétnico de Yugoslavia. Cuando ese Estado se rompió violentamente en 1991, al menos al principio la separación retomó las divisiones romanas de dieciséis siglos antes. Los eslovenos y croatas eran católicos romanos, herederos de una tradición que se remontaba desde el Imperio Austrohúngaro  a Roma en la parte occidental. Los serbios eran ortodoxos orientales y herederos del legado otomano-bizantino de Roma en el Este. Los montes Cárpatos, que están al noreste de la antigua Yugoslavia y dividen a Rumania en dos partes, reforzaban parcialmente esta frontera entre Roma y Bizancio y, más tarde, entre los emperadores Habsburgo en Viena y los sultanes turcos en Constantinopla. Existían pasos y rutas comerciales a través de estas formidables montañas, que llevaban el depósito cultural de Mitteleuropa hasta los Balcanes  bizantinos y otomanos. Pero incluso aunque los Cárpatos no fueran un límite duro y firme, como los Alpes, marcaban una gradación, un cambio en el equilibrio de una Europa a otra. El sureste de Europa sería pobre, no sólo en comparación con el noroeste de Europa, sino también en comparación con el noreste de Europa, con su tradición prusiana. Es decir, los Balcanes no eran sólo pobres y subdesarrollados políticamente en comparación con los países del Benelux,  sino también en comparación con Polonia y Hungría.
La caída del muro de Berlín dio un claro relieve a todas estas divisiones. El Pacto de Varsovia había constituido un imperio oriental de pleno derecho, gobernado desde Moscú,  con la ocupación militar y  la imagen fija de una pobreza  provocada por la introducción de economías dirigidas. Durante los cuarenta y cuatro años de dominio del Kremlin,  gran parte de Prusia, de los Habsburgo y de la Europa bizantino-otomana estuvieron encerradas en una prisión soviética de naciones conocidas colectivamente como Europa del Este. Mientras tanto, en Europa occidental, la Unión Europea estaba tomando forma, primero como Comunidad Europea del Carbón y del Acero, después como Mercado Común y, finalmente, como la UE, construida desde su base carolingia de Francia, Alemania y los países del Benelux para abarcar a Italia, Gran Bretaña y, más tarde, Grecia y los países ibéricos. Dada su ventaja económica durante los años de la Guerra Fría, la Europa carolingia perteneciente a la OTAN se hizo más fuerte, momentáneamente, que la Europa prusiana del noreste y la Mitteleuropa del Danubio, que históricamente fueron igualmente prósperas, pero que durante mucho tiempo se hallaron dentro del Pacto de Varsovia.
El avance soviético en Europa Central en las últimas fases de la Segunda Guerra Mundial generó este giro completo de los acontecimientos, corroborando la tesis del politólogo Halford Mackinder de que las invasiones asiáticas habían dado forma al destino europeo. Por supuesto, no debemos llevar este determinismo demasiado lejos, ya que sin las acciones de un hombre, Adolf Hitler, la Segunda Guerra Mundial bien pudo no haber ocurrido, con lo que no habría habido invasión soviética.
Pero Hitler  existió, por lo que nos quedamos con la situación tal como existe hoy en día: la Europa de Carlomagno. Sin embargo, debido a la reaparición de una Alemania unida, el equilibrio de poder en Europa puede cambiar ligeramente hacia el este, hasta la confluencia de Prusia  y Mitteleuropa, con el poder económico alemán vigorizando Polonia, los países bálticos y el Danubio superior. El litoral del Mediterráneo y los Balcanes  bizantino-otomanos en general van a la zaga. Los mundos del Mediterráneo y los Balcanes se conectan en la península montañosa de Grecia, que a pesar de ser rescatada del comunismo a finales de 1940 sigue siendo uno de los más miembros económica y socialmente más problemáticos de la Unión Europea. Grecia, en el borde noroeste de la zona oriental oikoumene (mundo habitado), fue la gran beneficiaria de la geografía en la antigüedad -el lugar donde los desalmados sistemas de Egipto y Persia-Mesopotamia  podían ser ablandados y humanizados, conduciendo a la invención de Occidente. Sin embargo, en la Europa actual, dominada por su Estados del norte, Grecia se encuentra en el lado equivocado, en el confín orientalizado, mucho más estable y próspera que lugares como Bulgaria y Kosovo,  pero sólo porque se salvó de los estragos del comunismo. Alrededor de las  tres cuartas partes de las empresas griegas son de propiedad familiar y se basan en el trabajo familiar, por lo que las leyes sobre el salario mínimo no siempre se aplican, y a menudo los que no tienen vínculos familiares no pueden ser promovidos. Este fenómeno se manifiesta en lo que para muchos es una mera crisis financiera, pero en realidad está profundamente enraizado en las realidades culturales, lo que significa que lo está en la historia y la geografía.
La geografía es aquí una fuerza impulsora. Cuando el Pacto de Varsovia se disolvió, los antiguos países cautivos avanzaron económica y políticamente casi según su posición en el mapa: Polonia, los países bálticos, Hungría y la zona de Bohemia de Checoslovaquia obtuvieron inicialmente los mejores resultados, de nuevo con variaciones significativas, mientras que desde los países de los Balcanes hacia el sur se sufrió en general unas mayores miseria y descontento. A pesar de todos los avatares del siglo XX, incluyendo la pulverización del nazismo  y el comunismo, los legados de los dominios de Prusia, de los Habsburgo, bizantino y otomano  siguen siendo relevantes. Estos imperios eran criaturas, ante todo, de la geografía, influidos como estaban por los patrones migratorios procedentes del Este asiático.
Por tanto, he aquí una vez más el mapa de Europa del siglo XI, con el Sacro Imperio Romano que se asemeja a una Alemania unida en su centro. A su alrededor hay estados regionales: Borgoña, Bohemia, Pomerania y Estonia, con Aragón, Castilla, Navarra y Portugal hacia el suroeste. Pensemos ahora en los casos de éxito regionales en el siglo XXI, sobre todo en la Europa carolingia: Baden-Würtemberg, Ródano-Alpes, Lombardía y Cataluña. Estas poblaciones, como nos recuerda Judt, son en su mayor parte  norteñas que miran hacia el supuestamente “atrasado, perezoso, mediterráneo y subvencionado ‘sur'”, incluso ven con cierto horror a las naciones de los Balcanes como Rumania y Bulgaria uniéndose a la UE. Europea es el centro frente a la periferia, con los perdedores por lo general en la periferia, aunque no exclusivamente, en las regiones más cercanas geográficamente a Oriente Medio y África del Norte. Pero precisamente porque el superestado europeo con sede en Bruselas ha funcionado tan bien para las subregiones del norte como BadenWürttemberg y Cataluña, estas subregiones se han liberado  de sus propios gobiernos nacionales, de sus fórmulas de talla única a la que están encadenadas,  y  de ese modo han florecido mediante la ocupación de nichos económicos, políticos y culturales históricamente anclados.
Más allá de su desafección con los perdedores de Europa en la periferia, entre próspero del norte de Europa hay una sobre la disolución de la sociedad misma. Las poblaciones nacionales y las fuerzas laborales están demográficamente  estancadas en Europa y, por consiguiente, envejecen. Europa perderá el 24 por ciento de su mejor población en edad de trabajar en 2050, y su población mayor de sesenta años aumentará en un 47 por ciento en ese periodo de tiempo. Esto probablemente conducirá a un aumento de la inmigración de jóvenes del Tercer Mundo para apoyar a estos envejecidos Estados de bienestar europeos. Mientras los informes sobre la dominación musulmana de Europa se han exagerado, el porcentaje de musulmanes en los principales países europeos se tripicará,  de hecho, en medio siglo, desde el actual 3 por ciento de la población al 10 por ciento. Mientras que en 1913 Europa tenía más gente que China, en 2050 las poblaciones combinadas de Europa, Estados Unidos y Canadá constituirán apenas el 12 por ciento del total mundial, frente al 33 por ciento que suponían tras la Primera Guerra Mundial. Europa está sin duda en el proceso de quedar demográficamente  disminuida en favor de Asia y África, y las poblaciones europeas se harán más de África y de Oriente Medio.
L’Europe des camps (mapa de Olivier Clochard)
De hecho, el mapa de Europa está a punto de moverse hacia el sur, y una vez más abarcará todo el mundo mediterráneo, como ocurrió no sólo en tiempos de Roma, sino también bajo los bizantinos y los turcos otomanos. Durante décadas, debido a los regímenes autocráticos  que ahogaban su desarrollo económico y social -al mismo tiempo que incubaba extremismo político-, el Norte de África quedó efectivamente aislado del borde norte del Mediterráneo. África del Norte dio emigrantes económicos a Europa, y poco más. Pero a medida que los Estados africanos del Norte se conviertan en democracias desordenadas, el grado de interacciones políticas y económicas con la cercana Europa se multiplicarán con el tiempo. El Mediterráneo se convertirá en un conector y no en el divisor que ha sido durante la mayor parte de la era poscolonial.
Al igual que avanzaba hacia el este para incluir a los estados satélites de la antigua Unión Soviética a raíz de las revoluciones democráticas de 1989, Europa se expandirá hacia el sur para abarcar las revueltas árabes. Túnez y Egipto no están a punto de ingresar en la Unión Europea, pero están a punto de convertirse en zonas de sombra con una más profunda implicación de la UE.  Por tanto, la propia UE  se convertirá en un proyecto más ambicioso y difícil de manejar que nunca. La verdadera frontera sur de Europa no es el Mediterráneo, sino el desierto del Sahara,  que separa el África ecuatorial de la del Norte.
Sin embargo, la Unión Europea, aunque acosada por divisiones, ansiedades y enormes dolores de crecimiento, seguirá siendo uno de los grandes centros posindustriales  del mundo. Por tanto, el cambio de poder en marcha que hay en su seno,  hacia el este, de Bruselas/Estrasburgo  a Berlín -desde la Unión Europea a Alemania- será fundamental para la política mundial. Por ello,  Alemania, Rusia y Grecia -con sólo once millones de personas y con o sin su crisis de deuda- son las que más agudamente revelan el destino de Europa.
El hecho mismo de una Alemania unida tiene que suponer una influencia relativamente menor de la Unión Europea que en los días de una Alemania dividida, dado el predominio geográfico, demográfico y económico de una Alemania unificada en el corazón de Europa. La población de Alemania tiene ahora ochenta y un millones, en comparación con los casi sesenta y seis de Francia y los sesenta y uno de Italia. El producto interno bruto de Alemania es de 3,63 billones de dólares. Francia tiene 2,81 y el italiano es de 2.25. Más significativo es el hecho de que, mientras la influencia económica de Francia se limita principalmente a los países de de la Europa Occidental de la guerra fría, la influencia económica alemana incluye Europa Occidental y los antiguos países del Pacto de Varsovia,  lo cual es un tributo a su posición geográfica más céntrica y a sus vínculos comerciales tanto con el este como con el oeste.
Además de su posición geográfica, a horcajadas sobre la Europa marítima y Mitteleuropa,  los alemanes tienen incorporada una actitud cultural hacia el comercio. Como me dijo hace mucho tiempo Norbert Walter, execonomista jefe del Deutsche Bank,   “los alemanes prefieren dominar las actividades económicas reales antes que las estrictas actividades financieras. Conservamos los clientes, nos enteramos de lo que necesitan, desarrollando nichos y relaciones con  los años”. A esta capacidad ayuda un dinamismo particular, tal como el filósofo político Peter Koslowski explicó en cierta ocasión: “Dado que muchos alemanes empezaron desde cero después de [la Segunda Guerra Mundial], somos agresivamente modernistas. El modernismo y la cultura de la clase media se han elevado aquí a la categoría de ideologías”. La Alemania unida también está organizada espacialmente para sacar ventaja de una época de florecimiento de las subregiones  del norte de Europa. Debido a la tradición de los pequeños Estados independientes derivada  de la Guerra de los Treinta Años del siglo XVII -que sigue guiando el sistema federal de Alemania-, no hay la gran presión de una capital, sino más bien una serie de otras más pequeños que logran sobrevivir incluso en una era de renacimiento de Berlín; Hamburgo es un centro multimedia, Munich un centro de moda, Frankfurt  un centro bancario y así sucesivamente, con un sistema ferroviario que irradia imparcialmente en todas direcciones. Dado que Alemania llegó tarde a la unificación en la segunda mitad del siglo XIX,  ha conservado su sabor regional, lo cual es ventajoso en la Europa de hoy. Por último, la caída del Muro de Berlín -que en términos históricos es todavía reciente, dado que a las tendencias les lleva décadas emerger completamente- ha reconectado a Alemania con Europa central, recreando, de maneras muy sutiles e informales, el Primero y el Segundo Reichs de los siglos XII y XIX,  algo más o menos equivalente al Sacro Imperio Romano.
Además del colapso del Muro de Berlín, otro factor que ha apuntalado la fuerza geopolítica  alemana es la histórica reconciliación germano-polaca que se produjo durante la década de 1990. Como escribió  Zbigniew  Brzezinski: “A través de Polonia, la influencia alemana podría irradiar hacia el norte -en los países bálticos- y hacia el este -en Ucrania y Bielorrusia”. En otras palabras, el poder alemán se realza con una Europa más grande y también con una Europa en la que Mitteleuropa  reaparece como una entidad separada.
Un factor decisivo en esta evolución será el grado en que el quasi  pacifismo de los europeos -y particularmente alemán- se mantenga en el futuro. Como escribe Colin S. Gray, estratega asentado en Gran Bretaña: “… Infortunios en Somme, en Verdún y por el Götterdämmerung de 1945, los poderes de la Europa centro-occidental han sido convincentemente debellicized“.  Pero no es sólo el legado de la guerra y la destrucción lo que hace que los europeos sean  reacios a soluciones militares (aparte del mantenimiento de la paz y las intervenciones humanitarias). Otro factor es que durante la Guerra Fría Europa tuvo su seguridad garantizada por una superpotencia  estadounidense, mientras en la actualidad no se enfrenta a ninguna amenaza convencional palpable. “La amenaza para Europa no viene en forma de uniformes, sino con el andrajoso atuendo de los refugiados”, me dijo el académico y periodista germano-americano Josef Joffe  en una conversación. ¿Pero y si el destino de Europa sigue estando subordinado a la historia asiática, en forma de una renaciente  Rusia? Entonces podría haber una amenaza. Lo que impulsó a la Unión Soviética a forjar un imperio en Europa del Este a finales de la Segunda Guerra Mundial sigue presente hoy en día: un legado de depredaciones  contra Rusia por parte de lituanos, polacos, suecos, franceses y alemanes, lo que condujo a la necesidad de un cordón sanitario de regímenes compatibles en el espacio geográficamente protegido entre la histórica Rusia y Europa Central. Sin duda, los rusos no desplegarán fuerzas de tierra para volver a ocupar Europa en aras de un nuevo cordón sanitario, pero lo harán a través de una combinación de presión política y económica. En parte debido a la necesidad que tiene Europa del gas natural de Rusia, Moscú podría ejercer una indebida influencia sobre sus antiguos satélites en los próximos años. Rusia suministra el 25 por ciento del gas de Europa, el 40 por ciento del de Alemania  y casi el 100 por ciento del de Finlandia y los países bálticos. Por otra parte, todos podemos despertar de la épica económica y la crisis monetaria de Europa para caer en un mundo con mayor influencia de Rusia en el Continente. Las actividades inversoras de Moscú, así como su papel fundamental como proveedor de energía, se ciernen ampliamente sobre una debilitada y recién dividida Europa.
¿Ocurrirá lo mismo con una debellicized  Alemania, sucumbiendo en parte a la influencia rusa, lo que llevará a una suerte de Europa del Este  finlandizada y a una OTAN aún más hueca? ¿O Alemania se enfrentará sutilmente  a Rusia con distintos medios políticos y económicos, con una sociedad que permanece inmersa en el pacifismo casi posheróico?. Este último escenario representaría un destino europeo ricamente complejo, en el que Europa Central reaparecería completamente y florecería por primera vez desde antes de la Primera Guerra Mundial, y un conjunto  de Estados entre Alemania y Rusia también prosperarían, dejando a Europa en paz, incluso aunque su aversión a los despliegues militares sea geopolíticamente inconveniente para los Estados Unidos. En este escenario, Rusia se acomodaría a que países tan al este como Ucrania y Georgia se unieran a Europa. Así, la idea de Europa como expresión geográfica del liberalismo histórico finalmente se haría realidad. El continente pasó por  siglos de reordenamientos  políticos en la Edad Media, tras la caída de Roma. Y en busca de esa idea, Europa seguirá reorganizándose, siguiendo la larga guerra europea de 1914-1989.
En términos geográficos, Europa ha sido muchas cosas a lo largo de su historia. Después de la era de la exploración, Europa se movió lateralmente hacia el oeste a medida que el comercio pasaba a través del Atlántico, por lo que ciudades como Quebec, Filadelfia y La Habana quedaran más cercanas económicamente a Europa occidental que ciudades del este como Cracovia y Lvov, mientras los avances militares otomanos, tan al noroeste como Viena en el siglo XVII, separaron a los Balcanes de la mayor parte del resto del subcontinente europeo. Por supuesto, hoy en día Europa se está desplazando hacia el este, a medida que admite a los países excomunistas en la Unión Europea y hacia el sur,  en tanto lidia con  la estabilización política y económica de la ribera sur del Mediterráneo, en el norte de África.
En todos estos reordenamientos, Grecia, nada menos, será una prueba de fuego de la salud del proyecto europeo -y por razones que van más allá de la crisis financiera actual. Grecia es la única parte de los Balcanes que es accesible desde varios litorales del Mediterráneo y, por tanto, es el unificador de los dos mundos europeos. Grecia está geográficamente equidistante entre Bruselas y Moscú, y está tan cerca de Rusia culturalmente como lo está de Europa en virtud de su cristianismo ortodoxo oriental, una herencia de Bizancio. A lo largo de la historia moderna, Grecia ha tenido el peso del subdesarrollo político. Mientras las revoluciones europeas de mediados del siglo XIX tuvieron a menudo su origen en la clase media, con las libertades políticas como objetivo, el movimiento de independencia griega fue principalmente un movimiento étnico de base religiosa. El pueblo griego estuvo abrumadoramente del lado de Rusia, a favor de los serbios y contra Europa durante la guerra de Kosovo en 1999, aunque la posición de sus gobiernos fue más provechosa. Grecia es el país europeo económicamente más problemático de entre los que no fueron parte de la zona comunista durante la Guerra Fría. Es también, remontándonos a la antigüedad, donde Europa -y por inferencia Occidente- empieza y termina. La guerra  que Herodoto relató  entre Grecia y Persia estableció una “dicotomía” de Occidente contra Oriente que ha persistido durante milenios. Atenas apenas permaneció en el campo occidental a comienzos de la Guerra Fría, debido a su propia guerra civil entre comunistas y derechistas y a las fatales negociaciones entre Churchill y Stalin que finalmente hicieron que Grecia entrata en la OTAN. Es interesante contemplar lo que hubiera sucedido durante la Guerra Fría si las negociaciones entre Churchill y Stalin hubieran ido por otro camino: imaginemos cuánto más fuerte habría sido la posición estratégica del Kremlin si Grecia hubiera estado dentro  del bloque comunista, poniendo en peligro a Italia a través del mar Adriático, por no hablar de todo el Mediterráneo oriental y el Oriente Medio. La crisis financiera griega, emblemática del subdesarrollo político y económico de Grecia, ha sacudido el sistema monetario de la Unión Europea desde 2010. Dadas las tensiones que ha causado entre los países del norte y el sur de Europa  -y entre  países como Francia y Alemania-, se ha convertido nada menos en el acontecimiento más importante de Europa desde la guerra de secesión de Yugoslavia. Como demuestra hábilmente Grecia, Europa sigue siendo un trabajo en progreso verdaderamente ambicioso -que, como en el pasado, verá su destino afectado por las tendencias y las convulsiones del sur y del este.

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