sábado, 17 de enero de 2015

La resbaladiza senda de la ofensa

Por Hermann Tertsch

Fuente: ABC 


16/1/2015

Ha sorprendido a muchos la forma en la que el Papa Francisco ha entrado en el debate sobre la libertad de expresión, sus límites y el trato de la ofensa. Lo ha hecho en el avión que le trasladaba de Sri Lanka a Filipinas. Y a preguntas de los periodistas tras los trágicos acontecimientos de París y la nueva publicación de la imagen de Alá. Nadie puede creer que el Papa improvisara su reflexión sobre los límites de la libertad de expresión y la forma de definirlos, defenderlos y marcarlos.

Dijo el Papa Francisco que «es verdad que no se puede reaccionar violentamente, pero si Gasparri, gran amigo (en referencia a un colaborador suyo sentado junto a él), dice una mala palabra de mi mamá, puede esperarse un puñetazo. Es normal». Y añadió: «No se puede provocar, no se puede insultar la fe de los demás. No puede uno burlarse de la fe. No se puede. Tenemos la obligación de hablar abiertamente, de tener libertad, pero sin ofender». La cosa no es tan fácil. Y el terreno tan resbaladizo hubiera requerido unos cuantos anclajes más para no asustar a muchos. Porque decir que la respuesta «normal» a una ofensa es un puñetazo plantea la legitimidad de la represalia física a una ofensa verbal. Que es lo que se produjo en París en la redacción de «Charlie Hebdo»: una severa represalia por lo que se consideró una ofensa.

La inmensa mayoría de los seres humanos, creyentes o no, suscriben la afirmación del Papa de que no se debe ofender la fe de nadie. Y coinciden en que las creencias religiosas, como la parte más íntima y sagrada de su identidad para la persona creyente, deben ser respetadas como las que más. Lo suscriben todos menos quienes viven de la ofensa y la agresión verbal, entre ellos la redacción de «Charlie Hebdo», o quienes disfrutan del humor más zafio e hiriente, que es una afición tan detestable como legal.

Pero ese acuerdo cuasi universal de que no es bueno ni decente agredir a nadie con una ofensa a su religión, solo se mantiene en el mundo occidental si dicho respeto surge de la libre voluntad. Si la falta de respeto y el ejercicio de la ofensa no tiene que temer otra sanción que la reprobación personal o social. Nos pueden parecer despreciables quienes se dedican a la mofa de la religión. Pero todo tipo de represión legal o justificación de represalias por una ofensa de opinión nos lanza por una senda en la que comenzamos patinando y todos pronto nos romperíamos la crisma de nuestras libertades. Una vez que se penaliza la ofensa hay que definirla. Y la ofensa no es la misma para un seguidor del Liverpool que para el Ayatolá Jamenei, ni la del Papa es la de un sátrapa africano.

Para Kim Sung Un es una terrible ofensa no inclinarse ante la estatua de su abuelo. Suficiente para encarcelar por muchos años a sus súbditos. Y de las ofensas a su persona ya saben mucho la compañía Sony y Hollywoood. La soldadesca del Estado Islámico castiga a los maridos por la ofensa que supone que las mujeres levanten con el talón su túnica al andar. Y ser homosexual es tal ofensa en muchos rincones del Islam que a los culpables se les ahorca. Los apóstatas ofenden tanto a dios que en unos sitios se les encarcela y en otros se le corta la cabeza. Cuidado con legitimar la represalia del ofendido. Porque los ofendidos son insaciables. Y acaban ofendiéndose porque se lea la Biblia, como en Corea del Norte, porque se quiera votar o porque se diga que la tierra gira en torno al sol.



Hermann Tertsch del Valle-Lersundi (Madrid, 1958), periodista.

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