El sorprendente ascenso de Vladímir Putin
Por Masha Gessen
Editorial Debate, 2012
Comentario sobre el libro por Javier Rupérez:
Es este un libro estremecedor. Y no tanto porque narre la ascensión al poder absoluto en Rusia de Vladimir Putin, en una clave que bien pudiera recordar al Arturo Ui de Bertold Brecht, sino porque al aire de las correrías del biografiado, casi como si no fuera otra cosa que un pretexto para ello, sus páginas nos ofrecen sin complacencias el descarnado aspecto de la Rusia post soviética. E incluso, en un giro adicional, la inmensa catástrofe que para el mundo en general supusieron los siete decenios de existencia de la monstruosa creación surgida de la mente de Lenin y sus compañeros bolcheviques.
El relato contiene aspectos a los que la crónica mundial de sucesos se ha venido refiriendo con frecuencia desde que Yeltsin enterrara a la Union Soviética: el caos organizativo, la desmoralización, la acrecentada pobreza de anchos segmentos de la población, el crimen organizado, la violencia, la corrupción, como elementos de un sistema que falto de orientaciones políticas, morales o estratégicas acaba por convertirse en un gran lodazal donde es posible la mayor de las barrabasadas aliada a la más total de las impunidades. Pero si los hechos son sobradamente conocidos la ordenada enumeración cronológica de los mismos produce escalofríos. Masha Gessen lo hace sin contemplaciones –ciertamente no es Putin su héroe preferido- y con extraordinario vigor. Tanto como para temer que su destino pudiera ser parecido al dramático conocido por otros periodistas que acabaron pagando con sus vidas la osadía de certificar la ignominia imperante.
Vladimir Putin, el nuevo zar de todas las Rusias, es lo que cabía esperar de la disolución del que Reagan había calificado, no sin hipérbole, como el “Imperio del mal”: un agente de la KGB que transita por obscuros destinos burocráticos hasta llegar al Kremlin cabalgando sobre las revueltas aguas del final del socialismo real, allí donde solo quedaban lágrimas de desolación, un infinito desorden y una vaga e incierta nostalgia de las grandezas que nunca fueron. El sistema autocrático que con razón viene asociado a su figura y a su estilo de gobernar, nos insinúa Gessen, añade una tuerca a la perversión leninista: son ahora los votos los que otorgan una apariencia de legitimidad a un montaje que en el fondo poco tiene que envidiar al dictatorial que le precedió. Aunque la autora no pierda la esperanza: las últimas páginas del libro, escritas a finales del año 2011, cuando comenzaron a fraguarse las primeras oposiciones democráticas al “putinismo” a raíz de los desmanes de las elecciones parlamentarias del momento, dan noticia de la aparición de un espíritu de disidencia que algún margen tiene para la expresión callejera y pública. Todavía hace pocos días, cuando Putin culminó la orquestada coreografía de su retorno, las mismas manifestaciones de protesta y descontento volvieron a tener lugar en las calles de las grandes ciudades rusas. ¿Constituye ello el inicio de un cambio, la posibilidad de la aparición de la alternancia o solo un espejismo que, como alguno de los tímidos anteriores, desaparecerá borrado por la brutalidad policial y las insidias de los nunca enterrados servicios de información?
El problema con Putin, habría que añadir, no es tanto el disgusto que su estilo genera en las almas habituadas a los estilos democráticos de gobierno sino el de su inevitabilidad: ¿Cabía esperar de la herencia soviética otra cosa que no fuera un régimen concebido a la medida de la maquinaria represiva que había constituido su columna vertebral? En el “pathos” del alma rusa post soviética Putin encarna lo que el régimen predicó: la grandeza patriótica, el orden establecido, la dureza para con el díscolo. Lo cual quiere decir que desgraciadamente Putin no necesitaría amañar las elecciones para seguir ganándolas. Setenta años de esclavitud no desaparecen de la noche a la mañana y sus secuelas perviven mucho más de lo que uno deseara. Gessen, ilustrada representante de una Rusia diferente, abomina con razón de Putin y su entorno pero sobre todo anhela poseer lo que los rusos merecen: un sistema donde la libertad conviva con el orden y la prosperidad. No es difícil compartir con ella tan loables aspiraciones. La lectura de sus excelentes paginas, por si fuera necesario, nos lo explican de manera contundente y convincente. Quiera Dios, y todos los beatos de la Santa Rusia, oírla. Falta hace.
Masha Gessen (1967)
Periodista y escritora
Francisco Javier Rupérez Rubio (Madrid, 1941)
Político y diplomático español,
Licenciado en Derecho y Periodismo
por la Universidad Complutense de Madrid
No hay comentarios:
Publicar un comentario